Desde que vi aquel nicho, orientado al sur, y ni muy arriba, ni muy abajo, en aquella colmena de ocho alturas, supe que sería el mío, que me gustaba. Y así se lo hice saber a mis deudos. Pero, antes de hacer de aquel morada, me empleé a fondo con todo aquello de lo que uno se había privado en la vida, y no escatimé gastos en llevar una existencia, como no hasta entonces, bastante placentera y desahogada. No faltó lujo que no conociera. Como remate, hice un largo crucero por los Mares del Sur. Que había sido siempre mi ilusión secreta y no confesada. Desde la escuela primaria había tenido curiosidad por ver de cerca los pareos de aquellas hawaianas. Ya, cansado de emociones y falto de monetario, regresé a nuestra Ítaca familiar, y al poco- unos tres años después- obtuve el premio de ver respetados mis deseos de ocupar el lugar de aquel "panal" tan bien orientado, ni muy arriba, ni muy abajo, y con vistas. Lo que no me esperaba era el epitafio que habría de lucir para los restos en su frontispicio:
" Anselmo, tu familia no te lo perdona".
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