Mientras contempla su retrato, ese que yo tracé sobre una pizarra, relaja su mirada en las coincidencias, su cabellera suelta, marco ideal para sus facciones, mitad de rostro, sólo ojos contemplando una realidad oblicua. Se reconoce en ellos y sonríe. No es en rigor un retrato sino un simple boceto hecho a mano alzada. Facilité la tarea al ocultar su otra mitad, que contempla nariz y labios y una línea sinuosa se reinterpreta en una mascarilla con unas líneas tenues simulando sus pliegues. Algo contextualizado con el devenir de los días. Al final, sus ojos, mirada al oriente, cabellos, desorden de hebras oscuras enmarcando su rostro. Con ese modesto trabajo la he contentado al fin, partiendo ambos a una de esas tiendas en donde imprimen fotografías. Desde su celular, la imagen fotografiada viaja por la magia de Bluetooth a una máquina que la capturará para luego ser impresa. El marco ya había sido adquirido y cuando la fotografía emerge desde una abertura de ese mecanismo, la alegría crea dos hoyuelos encantadores en su rostro.
Mientras regresamos y a propósito de nada, me cuenta una historia de tintes trágicos. Se trata de un amigo cercano, de aquellos que merodearon su existencia sin llegar a consumar algo más serio. Un ser querido, admirado que por esos elusivos juegos del destino conoció a una chica con la que después se casó. Lucía era amiga de quién me cuenta el relato, mujer atractiva que conquistó al buen muchacho. Esta podría ser una de las tantas historias que se cruzan en nuestras vidas y luego prosiguen su propio camino. Mas, a poco andar, un hecho que pudo confundirse con el tráfago eterno de hechos dio inicio a un suceso que más parece una maldición. La madre de Miguel descubrió cierta noche a la chica ésta besuqueándose con el mejor amigo de su esposo. Ella, mujer juiciosa y apegada a las tradiciones de aquella época, alzó un dedo sentencioso delante del rostro espantado de la mujer, advirtiéndole que a su hijo se le respetaba sin ninguna otra consideración. Lucía entendió que con esa mujer no se jugaba, naciendo en su pecho un odio profundo hacia la madre que se mezclaba con el miedo a que la delatara, con todas las atroces consecuencias que aquello acarrearía. Bien no conocía a esa mujer, que selló sus labios por simple decencia. Desde entonces, no visitó más la casa de sus suegros retenida por ese miedo culposo, los años esparcieron el suficiente polvo sobre este hecho, aunque algunas esquirlas continuaban rebotando en ciertos oídos.
En la mente de este furtivo amante se desdibujó de manera dramática este atisbo de triángulo al ir perdiendo de manera lastimosa su memoria. Siendo todavía joven, el Alzheimer lo atacó con fiereza, transformándolo en breve en un lamentable guiñapo.
La madre de Miguel, a su vez, también fue extraviándose en ese mismo sendero, borrándose cada uno de sus recuerdos, pero siempre conservando una cáscara gentil ante los demás. Esta curiosa y fatal coincidencia pudo haber calmado por fin el corazón inquieto de Lucía, pero no fue así. Otras voces murmuraban en voz baja los tópicos de esta traición y la comentaban en corrillos, quizás también advertidas por los antecedentes de la mujer. Falleció el amante, pocos años después y mucho más tarde, su temida suegra. Malévola, no dudó en desprestigiar a la fallecida, consumiéndose en el aislamiento, masticando los añejos sabores de su traición y entendiendo que pese a que los principales protagonistas habían abandonado la escena, presentía las miradas reprobatorias y un juicio realizado a sus espaldas, quizás como ella se lo merecía.
Pero esto no termina aquí. Hace unos días, un médico les hizo saber que Miguel, su esposo, presentaba los síntomas inequívocos de la misma enfermedad que atacó a su madre. Como si fuese un estigma o el argumento de alguna novela trágica, ahora deberá hacerse cargo de un marido que irá perdiéndose día a día en la desidentificación. Y sola con su conciencia, repasará los nítidos pasajes de aquella lejana traición y las dolorosas consecuencias que ella mismo se forjó. Mientras el Alzheimer dibuja cortinas de humo sobre los huesos y la memoria de los demás, acaso sus culpas, cual volutas de humo, revolotean tardías sobre su testa.
El regreso con el retrato debajo del brazo se hace apacible prologando este relato de trazos estampados en una pizarra y los dramáticos desdibujes mentales que le dieron carne a esa otra historia.
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