La sala de espera estaba casi vacía. Sólo un tipo mal sentado al borde de un sillón que manoseaba inquieto viejas revistas que no le atraían como lectura. En una esquina, tras un escritorio, una secretaria tecleaba en un computador mientras escuchaba alguna música en un reproductor de mp3.
De pronto llegó una mujer, gorda y maciza, de rostro tosco, con un vestido amarillo a lunares rojos y unos zapatos plásticos color fucsia. Luego de cruzar unas palabras con la secretaria se sentó en uno de los sillones. El hombre se la quedó mirando descaradamente durante varios minutos.
— ¿Se ve usted bastante fea, no? —
La mujer, sorprendida, no atinó a responder durante unos instantes.
— ¿Qué se cree usted, roto impertinente? ¿Nunca se ha mirado en un espejo?—
—No es el caso, mi señora. Estamos hablando de usted. Aparte de ser fea, usted viste realmente horrible… esos zapatos…lunares rojos… exceso de peso… hummm....., en verdad nunca había visto a alguien así. —
— ¿Con qué derecho me habla usted de esa forma? ¿Quién lo ha designado para criticar a los demás? Supongo que ya se habrá hecho una autocrítica… —
— Ya se lo dije. En este momento mi persona no interesa. Es usted un caso muy especial de alguien de muy mal gusto. —
— ¡Pues vaya usted a criticar a su abuela, maldito impertinente! —
— Hummm...…, no debe usted mosquearse, mi querida dama. ¿No se da cuenta que sólo deseo ayudarla? —
— ¡Vaya manera de ayudar! ¿De dónde ha salido usted, condenado intruso? —
— Está enojada…y la entiendo. No tiene usted idea de lo que es la belleza. Y no es tan complicado. Hasta usted podría mejorar algo… la belleza es objetiva, algo de equilibrio, algo de armonía… debiera intentarlo. —
Desde una esquina:
— ¡Hey… psst…psst… Don Gabriel! El doctor lo está esperando.
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