Me gusta soñar. Dormir es soñar, soy un soñador nato, de sueños fuertes y bien definidos. Mis sueños son tan poderosos que a veces pueden trascender el mundo de los sueños hasta la realidad. Como el sueño de anoche, nada más cerrar los ojos aparecieron con nitidez sobre una gran llanura, dos hombres gigantes de piedra que empezaron a golpearse, lanzándose mutuamente mandobles terribles que hacían retumbar el suelo. Uno, dos, tres, golpe tras golpe saltaban esquirlas por todas partes. La lucha era terrible. Entonces apareció una gigante de piedra, se interpuso entre los rijosos y éstos dejaron de pelear. En ese punto desperté. Fue cuando me di cuenta que mi sueño se había manifestado en la realidad, sonaba la alerta sísmica, se escuchaba el rumor de mucha gente saliendo de casas y edificios para ponerse a salvo en el exterior. Las paredes y el piso de mi departamento aún se movían de un lado para otro. Como pude, salí también, corriendo, hacia la calle.
Poco después me fui enterando de los destrozos en la ciudad, provocados por la lucha de los gigantes de piedra. Bardas, árboles y anuncios espectaculares caídos. Falta de energía eléctrica en diferentes sectores, gente herida o histérica en muchos sitios. Me siento culpable de todo esto, porque no creo que haya sido una coincidencia, ¿o sí? Espero que mi sueño de esta noche no sea tan poderoso o terrible. Me angustia una idea: si sueño que muero, ¿podría morir de verdad?
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