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Inicio / Cuenteros Locales / randy / Mariela. Una niña y un hombre.

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Todos los chicos jóvenes se reunían por las tardes para jugar fútbol en el callejón detrás de la iglesia. Aquel muchacho jugaba con su polera amarrada en la cabeza.

La calle, como siempre, permanecía vacía.

Marielita lo observaba oculta tras de las cortinas de una ventana en la casa del frente esperando ansiosa el momento en que él se acercara, como ya lo había hecho antes, y apoyara su morena espalda en esa ventana. Marielita entonces, rozaría suavemente sus senos, y con la respiración entrecortada, se apartaría unos pasos para correr luego a su cuarto y perderse en un sueño profundo abrazando fuertemente su almohada.

Muchas tardes transcurrían así.

En sus sueños, el muchacho le sonreía y acariciaba con ternura sus cabellos y después, de pronto, volteaba y se iba. Ella despertaba con la espalda y el pecho mojados en sudor, corría a la ventana pero ellos ya no estaban.

La tía Fernanda, señora de vestido largo y peinado recogido, llegaba tarde por las noches después del trabajo. La traía siempre un señor muy alto de traje oscuro y modales refinados. Paraban el auto en frente de la casa, entraban al cuarto de la tía entre risas y coqueteos, cerraban la puerta y el señor se marchaba con los primeros rayos del alba. Al día siguiente, Marielita preparaba el desayuno antes de ir al colegio. La tía Fernanda comía muy de prisa para marchar al trabajo dejando unas monedas sobre la mesa e instrucciones claras para el día. Marielita entonces, recogía las monedas después de limpiar la mesa, arreglaba su cuarto y el de tía Fernanda, y corría presurosa al colegio acomodándose todavía el guardapolvo.

Ella era una alumna regular y algo destacada en la materia de manualidades. Conocía muy bien el arte del bordado pues pasaba tardes enteras haciéndolo en manteles, servilletas y cortinas.

En el aula, Marielita no hablaba mucho. No tenía amigas y por lo mismo sus retornos a casa eran solitarios. Vagaba por las calles poco concurridas y tomaba cada vez caminos distintos.

Al llegar a su casa preparaba algo de comer y después de hacer las tareas del colegio llevaba nuevamente su silla al lado de la ventana.

Mientras bordaba esperaba por varios minutos que los chicos del barrio se reunieran en la calle para hacer su deporte.

Entre ellos estaría Luis, aquel muchacho de cabellos rizados, ojos claros y piel morena como la miel de cañas.

Bordaba impaciente mirando a cada instante a través de la ventana.

Esa tarde, por primera vez, Luis no llegó hasta que comenzaron a jugar y ella no desistía en esperanzas, miraba una y otra vez por la ventana. Salió un par de veces a la puerta con el pretexto de sacudir un mantel y miraba a un lado y al otro tratando de encontrarlo, pero no estaba.

Todos los chicos paraban el juego y contemplaron azorados la hermosa figura de Marielita. La luz rojiza del principio del ocaso resaltaba con un leve brillo sus voluptuosos senos y la difusa silueta de sus piernas ocultas dentro un vestido blanco de tela muy ligera.

Terminó la tarde. El grupo se había marchado y solo en ese momento Marielita entendió que ya no vendría -¿Qué habrá pasado con él? -se repetía insistentemente. Pasó por un momento en su cabeza la idea de que talvez se habría ido del pueblo y que ya no volvería a verlo. Una sensación de infinita ansiedad y miedo invadió su cuerpo y salió corriendo a la calle para buscarlo una vez más pero solo pudo distinguir en la oscuridad de esa noche la borrosa forma humana de un mendigo que caminaba lentamente por el medio de la calle. Corrió a su cuarto conteniendo las ganas de llorar y abrazó fuertemente su almohada. Quería desesperadamente verlo, quería aunque sea soñarlo otra vez. Intentó imaginarlo al lado suyo echado en la cama y dibujó perfectamente en su imaginación los rasgos toscos de su rostro en el que resaltaron inevitablemente sus ojos.

Imaginó también su cuerpo entero. Cada ángulo y cada curva que haría su piel. Su respiración era ahora profunda y se dejaba escuchar en toda la casa. Cerró lentamente sus ojos y deslizó muy poco a poco su mano temblando entre su piel y la ropa.

En unos segundos más su cuerpo entero estaba temblando y la humedad brotaba de sus poros cálida y abundantemente.

Algunos minutos después quedó profundamente dormida aprisionando con fuerza la almohada entre sus brazos y sus muslos.

Despertó mas tarde con el ruido de risas y vasos y botellas que hacía la tía Fernanda en la cocina con el señor aquel.

El cuarto estaba sin luz y ella se levantó silenciosa, abrió la puerta lo suficiente para poder ver hacia la cocina y encontró una botella de vino vacía tirada en la mesa y otra con vino a la mitad. El señor besaba a la tía Fernanda y recorría todo su cuerpo con las manos. Marielita cerró la puerta cuando vio el vestido de la tía levantarse lentamente.

Al siguiente día se levantó desganada y con los ojos cansados.

En el colegio no podía dejar de pensar en Luis y si podría verlo esa tarde.

Sintió de pronto una profunda angustia al recordar que sabía casi nada de él; su nombre por que así lo llamaban sus amigos y que no era del pueblo pues hablaba de una manera extraña, entonces no sabría como encontrarlo si es que el no volviera más a la calle de su casa.

La ansiedad desapareció por completo cuando sonó la campana del colegio anunciando la hora de salida. Ella guardó rápidamente los materiales en una bolsita de tela y se apresuró a salir. Tomó el camino mas corto a casa y llegó corriendo muy agitada, entró directamente a la cocina por un vaso con agua y después de beberlo acomodó su silla junto a la ventana.

Ya no bordó manteles esta vez, tan solo esperaba el momento en que Luis llegará.

Cada pequeño instante de tiempo se le hacia mas largo de lo normal.

El grupo empezó a formarse uno por uno. Llegaban todos menos él, y ella comenzó a sentir nauseas, las manos le sudaban copiosamente y un extraño vacío en el estómago le causaba molestia.

Cuando ya se disponían a comenzar el juego, llegó él.

El corazón de Marielita dio un vuelco y tuvo la impresión de que sus latidos, ahora pausados, se escuchaban en todo el lugar.

Lo miraba sin pestañar. Cada movimiento que el hacía, cada palabra que pronunciaba, cada gesto, hacían que ella deseara, cada vez con mas fuerza, acercarse a él.

El calor en su cuerpo comenzó a crecer y su respiración a agitarse.

Cuando pararon el juego, todos se sentaron en la acera del frente para descansar. Todos menos él, que como ya era costumbre apoyó su espalda en la ventana de la casa.

Marielita, que temblaba ligeramente, no dejaba de contemplar el leve movimiento de ese cuerpo por la respiración agitada de Luis, y se imaginaba escuchar esa respiración muy cerca de su oído, y sentía el aliento húmedo en su cuello.

Casi instintivamente corrió a la cocina, llenó un vaso con agua helada y se dirigió sin pensar a la puerta.

No sabía exactamente qué estaba haciendo pero tampoco podía dejar de hacerlo.

Abrió la puerta y dio dos pasos afuera. Todos la observaron callados. Miró a Luis que estaba a un par de metros de ella.

¿Quieres? – Le dijo muy nerviosa, y extendió el brazo con mano temblando.

Unos segundos de rotundo silencio se rompieron con la carcajada de uno de ellos. Después todos empezaron a reír y a decir cosas que ella no podía entender. – Gracias_ dijo Luís extendiendo su mano hasta alcanzar el vaso.

Ella, apenas hubo soltado el vaso, entró inmediatamente a la casa y cerró la puerta con un fuerte golpe. Fue corriendo a su cuarto y lo cerró también de un portazo.

No podía creer lo que había hecho, pero no le importaba porque él le había hablado. La había mirado.

Ese calor interno era entonces para ella mucho más alto. Cogió su almohada y la abrazó jadeando. Tres golpes en la puerta retumbaron por toda la casa, ella se paró de un salto y fue corriendo hacia la ventana.

Vio a Luís que golpeaba de nuevo mientras sus amigos reían y decían cosas que no podía escuchar con claridad.

Con el corazón en la garganta por los nervios abrió la puerta con mucha calma.

-¿Puedes invitarme un poco más, por favor?- dijo él mirándola fijamente y sonriendo.

Ella no contestó pero intentó alcanzar con su mano el vaso vacío.

-No te preocupes, yo me sirvo- Dijo Luís y dio un paso dentro la casa.

Ella retrocedió nerviosa y solo escuchaba las voces confusas de los chicos de afuera y su corazón que latía muy de prisa.

Luís entró y cerró la puerta. Ella no sabia que hacer y solo atinó a seguirlo.

-¿Es por acá?- Preguntó él siguiendo el pasillo que dejaba ver al fondo la cocina.

No respondió y solamente lo seguía contemplando su cuerpo húmedo que ahora le parecía mucho más grande que antes.

Al pasar por el cuarto de Marielita, que quedaba en el pasillo, Luís volteó la cabeza sin detenerse, y ella lo cerró inmediatamente.

El entonces volteó nuevamente y la miró a los ojos, esta vez sin sonreír.

En la cocina abrió el grifo, llenó el vaso con agua y la bebió de un solo trago.

Ella ya no podía mirarlo, dio media vuelta y comenzó a caminar presurosa hacia la puerta. Luis la seguía de cerca observando deleitado la hermosa figura de Marielita y el leve contoneo de sus caderas.

Al llegar al cuarto, el muchacho se detuvo y abrió la puerta. Ella se paró en seco y volteó inmediatamente.

_¿Es este tu cuarto?- Preguntó y antes de escuchar una respuesta entró.

_¡Es muy lindo!- Exclamó desde adentro.

Marielita quería pedirle que se fuera y entró al cuarto rápidamente.

La puerta se cerró detrás de ella y quedó petrificada. Los ojos de Luis recorrieron el cuerpo entero de Marielita mientras ella miraba fijamente algún punto en el suelo. Luis acarició sus cabellos.

-Eres muy bonita. ¿Cuántos años tienes?- Preguntó. La voz de Marielita se quebró inevitablemente al murmurar muy despacio “diecisiete”.

La sujetó de la barbilla con una mano y levantó su cara hasta encontrar sus ojos.

El temor de Marielita se hizo evidente cuando dio dos pasos atrás y buscó a tientas la perilla en la puerta pero Luis la tomó con fuerza del brazo y la empujó a la cama mirándola fijamente.

-¿Por qué no te sientas un momento y charlamos? Me vendría bien un poco de descanso. –Dijo Luis con una expresión en el rostro que ella nunca había imaginado, que ahora le infundía un temor profundo.

Una lágrima cruzó la cara de Marielita y alguna palabra se ahogó en su garganta…

Texto agregado el 09-10-2004, y leído por 539 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
30-06-2008 me gusto mucho.besote almaguerrera
16-10-2004 Me ha enganchado el natural estilo de tu narrar suelto, sencillo, alto y sentido, a un ritmo cada vez más interesante. Tus palabras son como el objetivo que a cámara lenta va enfocando cada detalle vectorizado del relato sin despegarse ni un momento de las emociones, sobre todo de Marielita. Otra cosa es la trama del cuento, que podría haber dado más de sí, (es mi opinión, particular por cierto, que ni quita ni pone rey), pero como lo que importa es la "manera" aquí te dejo mi "sobresaliente". azulada
12-10-2004 Hermoso. andreacasandra
11-10-2004 Un relato muy bien escrito, Randy. Atrapa desde el principio. Prosa ágil y limpia. Triste final. La pureza y las ilusiones de una jovencita rodaron en esa lágrima. Un texto triste, pero muy hermoso a la vez. Mi lluvia de estrellas. Dainini
09-10-2004 que horroroso ese tipo de deseo obsesivo que sentia la protagonista. es como un cuento de terror, o sea a mi por lo menos me dio esa sensacion. me gusto mucho toomesi
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