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Joaquín, un muchacho que vivía en el barrio de la Boca, iba casi todas las primaveras a puerto pirámides. Le gustaba la tranquilidad del lugar y el buceo. Era una época propicia para descansar. Él se quedaba en una cabaña, la misma de hace varios años. Su único compañero se llamaba Cacique, un perro labrador que lo acompañaba en las caminatas del día y se recostaba en su puerta de noche. Era su compañía.
Cada tanto, Joaquín, salía por las noches con cacique a su lado, caminaban por la playa viendo como la luna iluminaba el horizonte. Sentía que lo llamaba. Él llegaba hasta ese vértice donde el agua se mezcla con una pequeña escollera, esas rocas hacían que estuviera dentro del mar, en su territorio. Llegaba hasta lo más lejano y se recostaba con sus pies acariciando la espuma que llegaba del mar y sus ojos abiertos contando las estrellas fugaces, pidiendo un deseo cada vez que la estela desaparecía en una noche iluminada. Sus oídos, escuchaban en el silencio, el sonido de la naturaleza. Él estaba expectante. Se sentó mirando el horizonte y agudizó aún más su oído. Él esperaba la señal, su señal. Esa que fuera la causa que volviera una y otra vez desde hace 6 años a aquel lugar.
Joaquín esperaba el llamado de su amante, quería verla sonreír como aquella vez, acercándose a la escollera mientras le cantaba al oído. Tocar su piel que lo envolvía con el viento y ahí, entregarse al mar como ese 21 de septiembre.
Esa noche, Cacique escuchó un sonido que lo sobresaltó. Sus orejas se habían parado como antena, buscando una señal. Ladraba con un aullido imperceptible. Joaquín lo miraba. Su trompa marcaba un punto en el horizonte. Una estela se hacía visible. Se miraban y la cara de Joaquín se iba transformando, una sonrisa se impregnaba como el viento en la arena. Cacique ladraba aún más fuerte, avisando que ella estaba llegando. Él estaba feliz, contento, nervioso. Su piel se erizaba y sus piernas tiritaban. Cacique era espectador de lujo del reencuentro. Habían pasado 6 años desde la última vez. Ella por fin se deja ver, su majestuosidad invade la escollera. Salta en el agua avisando que esta lista, un movimiento que empapó a Cacique y a Joaquín. Él se puso el traje de buzo y fue a encontrarse con su amante. Barbie, la Orca.
Cacique, único testigo, los miraba mientras ellos jugaban, reían y vivían en el fondo del mar.

Texto agregado el 21-09-2022, y leído por 87 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-09-2022 Lindo. MujerDiosa
 
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