No he dedicado un tiempo para precisar, sí el efecto es el mismo, cuando se trata del que aparenta serlo, ó con quién de verdad lo es. Aunque lo que es infalible, es que los demás no confunden ambas cosas. Por lo que aclaro, que hablo de mi. ¡En lo de la duda!
Y lo primero es que sí el viaje es largo, sé cree que el dueño del carro es él. Y qué de no serlo, de seguro que cubre la gasolina y el peaje. Amén, de que en las paradas para ‘picar’, él también las paga. Y la creencia continúa, sí hay que usar un hotel para descansar.
Pero llegado a este punto, es menester observar, que antes de los GPS, el rico era quién sabía de direcciones. Y quién escogía la ruta. Pero en caso de una equivocación, sé la cargaban al que ‘iba de bola’. Y al arribo, siempre al ‘comité de recepción’, sé le ancla el idioma en el fijo uso verbal de la segunda persona del singular.
Además, sé incurre en la pérdida del plural: “Té tengo un chivito qué no sé quiere para nada Y Marcia desencamó los mangos que té gustan”. “Y ¿sí no me equivoco? El abuelo té consiguió el vino aquel, de la vez pasada. Pero acabas de entrar y siéntate”. Qué después de hacerlo en el sillón de lujo que le acercó la doña, el marido afirma: ¡Caray, ese sillón jamás ha sido más prestigiado que ahora!
Mientras que yo, por motu propio, caí molido é ignorado sobre el banco que nadie me ofreció. Entonces, la abuela, por vocación religiosa, intentó sacarme del anonimato: ¡saluden ‘también’ a Prudencio! Él sabe qué ‘también’ es bienvenido---acota el anfitrión---sin mirarme.
Pero la cosa, en caso de pernoctar, adquiere el peor de los matices: el lecho nupcial de la pareja, es ofrecido en mitad de la cena a mi amigo. Quién en lo profundo de su ser, disfruta del tratamiento recibido. Porque considera que su estatus no es para menos. Ya que todo, es el producto de su esfuerzo, de su inteligencia, de su bonito cerebro.
En cambio, mi dormitorio me traerá un conflicto con los niños de la casa. ¡Claro! Es el lugar de sus cosas, tanto en los días de asuetos, como en los escolares. Porque allí están sus notas, sus juguetes, sus computadoras y el temor de perder su cama, con el peso del viejito regordete.
Pero lo ‘bueno’ ---para mi--- era que yo aportaba el contraste necesario para que mi amigo el rico, recibiera la bendita pleitesía.
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