Recuerdo que me gustaba desabrochar poco a poco los botones de tu blusa. Usabas sostén de broche al frente, así que era fácil abrirlo sin tener que luchar con él. Contemplar tus pechos desnudos y su tierna aureola, me suscitaba el deseo incontrolable de tocarlos, acariciarlos suavemente y besarlos. ¿Te gustan mis pechos, aunque sean pequeñitos?, preguntabas. Yo no respondía, eran perfectos para contenerlos con mis manos. En esos momentos el deseo nos atrapaba sin control. El tiempo no existía, éramos solo tú y yo en el mundo. Nos besábamos largamente, compartiendo aliento, saliva, lengua. Estaba subyugado por tu piel café con leche, tus ojos castaños y tus dieciséis años. No sabíamos nada del amor, pero sí del deseo mutuo que nos brotaba casi sin querer. Yo me acuerdo muy bien de aquel tiempo. ¿Te acuerdas, tú?