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El río fluía con calma; los niños jugaban con el agua, era hermoso verlos jugar sin miedo y reír a más no poder. Los más chicos jugaban en la orilla por si se presentaba un peligro de muerte. De repente el río empezó a aumentar su caudal; los niños salieron rápido antes que se los llevara la corriente. Se vistieron y se fueron a toda carrera para sus casas y no volvieron jamás a ese mágico lugar.
El río ya no era el mismo de siempre, poco a poco el agua fue enrojeciéndose, al punto que el río dejó de ser incoloro e insaboro, empezó a oler al ADN de los colombianos. Hombres y mujeres trabajadores y soñadores dejaron de soñar, tuvieron que abandonar sus fincas y emigar a las grandes ciudades, pues la muerte vestida de camuflado los aniquilaba sin compasión para robarles sus tierras y ganado, aves de corral y todo lo que tenían de valor. La muerte les produjo mucho miedo, ese miedo se metió en su mente, corazón, músculos, nervios y huesos. Ellos mismos colocaron una mordaza en la boca, sabían que hablar era la sentencia de muerte, igual que regresar al antiguo hogar.
Muchos colombianos pasaron de la alegría al terror, no lograban digerir esta realidad tan trágica. Todo comenzó en el año de 1996, aunque yo creo que mucho antes, tal vez desde el mismo momento en que nació este enano maléfico que resultó siendo más malo que el mismo diablo, pues le tendió una trampa y luego lo mató. Primero le permitió lanzar desde el cielo un polvo mágico por el cual se desató una guerra que dejó muchos muertos, a esos seguirán sus hijos que heredan ese estigma y trabajo de sus padres, a quienes les gustó el dinero fácil.
Yo también solía ir al río, ponía a navegar barquitos de papel, era muy feliz viendolos fluir por el agua hasta que desaparecían en la distancia; otras veces echaba al agua hojas secas de samanes y ceibas para perfumar el río. Algunas veces eché al río uno que otro poema escrito en páginas azules, otras veces lanzaba al viento poemas de alto vuelo con la esperanza que un día regresaran a mis manos.
Me dá mucha tristeza recordar esos tiempos; para no llorar preferí no volver al pasado. Me di a la tarea de escribir fantasías, era la única manera que me garantizaba no morir de realidad. Decidí no contar los años, supe que estaba vijo por mis cabellos blancos y mi barba canosa y porque se me cayeron dos dientes que no quise reemplazar con dientes de porcelana. Mi perro murió, para ser fiel con él como fue conmigo, no volví a comprar otro. Hice de cuenta que seguía vivo, lo escuchaba ladrar cuando tocaban a la puerta, al abrir me daba cuenta que tan solo eran mis fantasmas, para que no murieran de frío los hacía seguir a mi casa, pues no me gusta vivir solo. El tiempo siguió pasando, pasó tanto que mis hijos están
celebrando tres años de mi fallecimiento, me acabó de dar cuenta que el río ha renovado el agua, ha vuelto a ser el mismo de siempre. Un héroe de la patria tiene contra las cuerdas al enano maléfico. A los zurdos empezó a fluir de nuevo la sangre pues la diestra se la cuajó. Ojalá que en unos años uno de mis nietos no tenga que contar este cuento a la inversa. Mi espíritu empezó a cuidar el río, ahora que está hermoso.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA

Texto agregado el 07-09-2022, y leído por 114 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-09-2022 Me pareció bien interesante Pedro. Un beso. MujerDiosa
 
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