¡Ay silencio!
¿Dónde habitas?
Me acompañas siempre
como suave brisa.
Deslizas contigo
susurros de vida
que explotan
en la mirada perdida.


Que rugosa tu piel
lágrimas espesas.
Que verde tu sangre
que sangra tristeza.
¿A qué juegas jacarandá?
¿Qué tanto de tus ramas
caídas es quebranto mío?
Qué tanto es tu cansancio.
Qué tanto es mi hastío.


Guardián de la bondad
que se desintegra
bajo otras raíces.
Sombra empeñada,
para la oración póstuma
desde otras ramas.
Custodio improvisado
de la eterna santidad
de tiempos dormidos.


¿A qué juegas jacarandá?
¿Quieres honrar hoy
al sauce llorón?
¿Quieres enderezar
tu tronco torcido?
¿Quieres tocar mi corazón
para silenciar sus latidos?


Los pájaros
ya no quieren anidar
en tu triste follaje.
Temen que luego
les falte coraje
para retomar el vuelo.


Si solo pudiese
recorrer tus raíces.
Liberar tu paso lento.
Deshojar tu vida,
servirte de alimento.


Murmullo del agua
robada de la tierra
se inclina tu vida
bajo la luz impostora
de un farol atenuado.
Artificio vivo
de la humanidad
en el cemento atrapado.


Cables eléctricos
sobre tu espalda curvada
son el tormento.
Centelleo intermitente
de ríos secos.
Se te doblan las ramas
forzadas por el viento.


Que triste es tu reflejo
de tronco añoso
sobre esta alma
que no encuentra reposo.
¿A qué juegas jacarandá?
¿Qué tanto de tus ramas
caídas es quebranto mío?
Qué tanto es tu cansancio.
Qué tanto es mi hastío.


Brazos caídos,
cuerpo agotado.
Te inclinas estoico
bajo los negros
cables tensados.
Ya no estás solo
viejo de pétalos
lilas azulados.
Mis ojos te han visto,
mi corazón se ha cautivado.
Espero que por estas letras
seas siempre recordado.