Brujas y centellas
Por una sensación indescriptible e incómoda desperté con un sobresalto en la madrugada… ¡Ahí estaba! Una bolita de fuego azul volaba, lentamente y en círculos, alrededor de mi cuarto. Quedé paralizado.
Al verla recordé las centellas de mi pueblo. Son unos extraños fenómenos meteorológicos que se muestran como bolas de luz que corren a ras de los cerros. Si bien es una terminología que hoy conozco, hasta los dieciocho que emigré de mi terruño fui parte de la creencia local: ¡Eran auténticas brujas chupadoras de vida!
Son fenómenos sumamente raros, pero cuando ocurren, los hombres salimos con gran emoción a cazarlas. Imaginen cómo se siente un niño cuando su padre le dice: “¡Vamos a cazar brujas!” En mi caso, tenía diez años cuando me tocó. Al acompañar a mi padre y verlo con pistola en mano fue la primera vez que me sentí hombre; si de emoción hablamos, sólo cuando tuve a mi hija me sentí con tanta felicidad de serlo.
La caza de brujas se hace con pistolas, porque son corrientes eléctricas que, atraídas por el metal de las balas, se extinguen al caer a tierra.
No iba a disparar dentro de mi cuarto. Además, era extrañísimo que una centella entrara a mi cuarto, durara tanto tiempo y volara tan despacio como esta luz lo hacía. Grité groserías, ya que dicen que así se van los fantasmas. No funcionó, así que decidí cambiar de estrategia... Oculté mi rostro con las cobijas y comencé a rezar. Al tercer padre nuestro pensé: “¡eres un joto maricón! ¡Levántate y pregúntale a esa pinche bruja qué diablos quiere!”
Con los ojos cerrados dejé la cama de un solo brinco. Al abrirlos, la bruja estaba volando alrededor de mi cabeza. Ante tal atrevimiento, sólo pude cerrar los ojos, manotear como si espantara moscas y salir corriendo del edificio, mientras gritaba una letanía de leperadas en nombre de la bruja. Atravesé la calle a pesar de la lluvia torrencial. Entré a la tienda veinticuatro horas, y le pedí prestado el teléfono a Don Chema. Llamé a mi ex esposa. Avergonzado, le pedí a mi ex mujer que me permitiera dormir en mi ex casa. Por supuesto, me pidió una explicación. Se la di. Antes de colgarme, ella gritó el único insulto que le faltaba decirme: ¡joto maricón!
Ya comienza a amanecer. Sigo en pijama y empapado. Mantengo la vista en la ventana de mi cuarto. Ahí la lucecita está estática, esperándome. Siento que me ve, que se ríe, que se burla.
Don Chema me pregunta qué hago sentado en la banqueta. Le digo que por accidente cerré la puerta y dejé las llaves adentro. Me avergüenza decirle que le tengo miedo a esa pinche bruja.
¡Cómo me gustaría regresar a mi pueblo! Si bien no tenemos ni idea de cómo funciona el Mundo… siempre lo enfrentamos juntos.
|