Ocurre igual todos los días, desde hace dos años, cuando el país se fue a pique: decenas —a veces cientos— de hombres y mujeres que vienen al Ayuntamiento con el fin de que les den una asistencia social. Se acomodan para la entrevista, trayendo consigo dentro del fólder más documentos de los que solicitamos. Aunque intentan disimularlo, se les ve nerviosos, especialmente los más viejos, para quienes el esfuerzo por conseguir un cupo en el programa de pensiones se les ha vuelto una lucha contra el no morirse antes. Los hay también quienes parecen confiados y orgullosos: no vienen a pedir limosna, no, señor, en cambio, prefieren que les den un trabajo digno. Pero sea cual sea el tipo de persona, la esperanza comienza cuando registro los datos en la computadora, Fulana de tal que vive en equis lugar, Mengano que trabajó no sé dónde, Zutano tal cual que maneja muy bien Excel. Luego van a esperar en las sillitas junto a las escaleras, viendo pasar a los que siguen en el turno con reconcomio, otros con las mismas necesidades que ellos.
Los días cuando la espera es larga matan el tiempo conversando y despotricando contra los responsables de la situación actual del país: por supuesto, el presidente y toda la caterva oficial de funcionarios por debajo de este, desde los ministros hasta los alcaldes. ¡Ja! ¡Hipócritas! Aunque comparten acusaciones y maldiciones contra este o aquel político entre ellos tampoco existen simpatías. En el fondo, son enemigos, compiten por lo mismo. Los más pilas, por otro lado, arman estrategias: charlan bajito, intercambian números y estrechan manos; la oportunidad individual como fin colectivo. Aunque, sin duda, las que me sorprenden son las menores de treinta, porque tienen el don de actuar como si en verdad no necesitaran un bono o empleo. Responden con naturalidad, simpáticas, sonriéndome pícaras si me atrapan mirándoles las tetas. Y huelen rico, además. Como esa muñeca que vino el lunes en busca de trabajo. ¿Nombre y dirección? Romina Fernanda Villa Aristeguieta; Urbanización Los Rosales, bloque cuatro, piso seis, apartamento seis tres, no dejaba de sonreír. ¿Edad y profesión? Contadora, 22 años. ¿Trajo hoja de vida? Sí, aquí está. Estoy disponible para ir a cualquier sitio donde necesiten una administradora, es la ventaja de estar soltera... —y ya que estamos— Oiga, señorita, me parece que usted es elegible para un bono. Le podemos ayudar con un beneficio mensual por motivo de… pongámosle: incapacidad laboral. Activo mi modo negociador. ¿No será problema? Para nada. Conozco un médico de confianza que me hace un informe rapidísimo, y del resto del papeleo me encargo yo. Lo importante es que usted no se me vaya muy lejos de la ciudad. (Guiño). ¿Y cuánto me va a costar? Eso lo dejo a su imaginación, ¿cierto? Pues, sí. Aquí tiene mi número, me marca esta noche para indicarle los pasos a seguir. Un pequeño premio de consolación, no me juzguen.
En otra tediosa mañana: ¿Nombre? Enrique quécarajosmeimporta. ¿Profesión? Menosquemeimporte. ¿Lugar de residencia? En algún lugar de la mancha… Registro todo al garete. Le digo que por ley lo voy a registrar en la base de datos, pero no creo que le den trabajo, la edad… A cualquiera le dicen viejo en este país, reclama. ¿Es mi culpa que este tipo haya nacido por los mil setecientos? Así son las cosas. Nadie que tenga canas y el rostro como una pasa arrugada les sirve a los funcionarios corruptos para seguir robándose el gran botín de la República. Escriba que trabajé en la empresa tal con el exalcalde y que llegué al cargo de gerente en no sé qué cosa, y me pasa unos papeles, viejísimos, que saca del fólder. Esto no sirve. Nadie viene acá y se prospecta con memorias. Señor, hágame caso, no se ilusione. Me mira con desconfianza que quiere ser complicidad. Creen que soy el culpable de que estén desempleados y el responsable de que lo sigan. En realidad, solo hacía lo que me mandaban. Y si el asunto se ve bien, pero bien imparcial, señor Fiscal, yo también fui otra víctima. ¡Un funcionario asalariado, señores! ¿Qué esperaban que hiciera? Me estoy adelantando, disculpen. ¿Pero habrá chance en otro puesto? Nada. Si quiere perder su tiempo, espere allá sentado: no le van a llamar; allá arriba buscan… otras cosas. Por poco meto la pata. No se le dice a nadie lo que sucede arriba. ¿Colocó que soy ingeniero en aguas residuales? Sí, sí, no insista. ¿Este cree que no puedo mandarlo al diablo? ¡Registro todo lo que me dicen diario! Nombres, títulos, etcétera, datos que llenan en balde el sistema. ¿Y será que puedo solicitar una pensión por vejez? ¡Ja! Lo veía venir. Este piensa que es más fácil que le regalen dinero a trabajar por él. Le puedo pasar a la lista de los solicitantes de pensiones, pero escúcheme bien: la fila es larga antes que usted —trescientos veinticinco listas, para ser exactos—, y cuando lo llamen, si es que lo hacen, entonces allí es cuando podrá traer los requisitos y completar el formato de solicitud. Intenta decir algo más, pero lo interrumpo. Hasta luego. ¡Siguiente! Cuando presionaba enter no sé a dónde iban a parar las listas, quizás a otra computadora, una más costosa que la mía. Tampoco les puedo decir lo que hacían con ellas, si mi superior las borraba o editaba antes de enviárselas a su superior; y si este hacía lo mismo antes de reenviarlas a otro superior. En el peor de los casos, el alcalde sí recibía las listas, originales o modificadas, pero las recibía. Y luego ocurría lo que ya sabemos… De nuevo me adelanto.
Hablemos de otro día.
Necesito la ayuda, licenciado, debo tres meses de alquiler y me van a echar del cuarto, lloriquea otro más del montón. Las he escuchado peores: mi esposa acaba de dar a luz y no tenemos para comer. Mi marido me dejó, y mi mamá tiene cáncer. Salí hace poco de la cárcel y nadie quiere contratarme. Mi padrastro me violaba y hui de casa. Parece que el mundo entero se está pudriendo. Yo también, ¡carajo!, por si alguna vez se lo preguntan: mi auto dura más en el taller que en la calle; tengo un bulto que me está creciendo desde hace un mes en el cuello; y veo cómo la manutención que le paso cada fin de mes a mi hija se la gasta su mamá con su nueva pareja. En fin. No les importa, ¿cierto? ¿Me hace el favor, licenciado?, póngame de los primeros. Aquí no hay trato preferencial. Eso sí, en algún momento todos son iguales, una mina para los de arriba
Aunque situaciones como la anterior son la norma, en días como el de hoy, en los que me mueve con mayor fuerza el interés, no puedo permitirme ese humor de perros y debo digerir las desgracias de terceros condescendientemente. Entonces, a algunos les deslizo anotado sobre un trozo de papel el número celular de un colega, una mente maestra en el trueque de favores por las muy generosas compensaciones económicas, de las que me llevo mi porcentaje, evidentemente. Llame después de las ocho, ¿de acuerdo? Sí, pregunte por el señor Silvano, nunca se sabe qué pueda tener por allí. ¡Oiga! Le hago este favor porque sinceramente quiero ayudarlo y me cae bien —nunca falla—, pero no lo hago con todo el mundo. ¡Claro, señor, muchas gracias! Nadie se enterará. Otra manera es hablarles bajito, que sí, que voy a enviar sus datos a otra dirección de email, quizás haya suerte, con una amiga que es prima segunda de la secretaria del alcalde, a ver si me hace apoyo con su caso. Gracias, gracias. Tengo más de un mes sin trabajo. Por supuesto, hay que aceitar la maquinaria, porque, como usted verá, es una cadena de ayuda bastante larga. La más de las veces, me llevo una pequeña comisión, porque tengo que dividirlo entre tres. No se pueden marchar sin que les pida el teléfono para cerrar el trato. ¡Nooo..! ¡Qué mala suerte! Esta semana me lo quitaron en el metro. La inseguridad va a acabar con este país. Pero este es el de mi hermana, llámeme aquí, ¿está bien? Me da la mano y se larga como si se hubiera quitado un peso de encima… ¡Chist! No me acordaba que hoy es martes y toca depurar el sistema. ¡Pobre diablo! A lo mejor si hubiera venido mañana… sin embargo, si se mira bien, me deberían dar las gracias, señor Fiscal, que ese día no accedí a formatear la computadora, como se me ordenaba que hiciera una vez por semana desde que empecé a trabajar allí, antes de que usted, y los señores agentes de la policía, llegaran para arrestar al alcalde y a sus cómplices. |