Hubo en España una cantautora, ida temprano, que a una de sus canciones le dio el tratamiento de cuento. Y como se trata del género que me roba la existencia, detecté en su primer párrafo, un pleito con el texto: “Era feliz en su matrimonio, aunque su marido era el mismo demonio”.
Que más que luchar con lo que sería el contenido, era presentir que la historia que contaría, apuntaba hacia la inclusión de un tercero. Algo evidente en el despegue de la segunda estrofa: “Desde hace ya más de tres años, recibe cartas de un extraño. Cartas llenas de poesía que le han devuelto la alegría”. Y todo con el propósito de usar la tercera estrofa para consolidar la idea:
“A veces sueña y se imagina, cómo será aquel, qué tanto la estima”. Elucubrando, incluso, con su aspecto físico: ¿Sería un hombre, más bien, de pelo cano, sonrisa abierta y ternura en sus manos? Cayendo luego en un estado neutro y placentero: “Por no saber---sufriendo en silencio---quién podría ser su amor secreto”. Y qué no descartaba la ilusión de ser querida.
Entonces, la autora arremete con una cuarta estrofa, que destrona el tenso efecto que mantenía la historia con vida: “Y cada tarde al volver su esposo, cansado del trabajo, la mira de reojo. No dice nada porque
lo sabe todo, aún sabiendo, que es así feliz, de cualquier modo, quién le escribe versos. Él, su amante, su amor secreto”.
Y con la historia ya hundida, se permite afirmar “que élla, que no sabe nada, mira a su marido y luego calla”. Pasando a agarrarse, por última vez, del estribillo de la ya desarmada canción ‘ramito de violetas’.
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