Bajo el cielo de París.
Mis quince inolvidables años me llevaron a París, junto a un grupo de quinceañeras de distintos países como regalo de nuestros padres.
La Torre Eiffel, aquel monstruo de acero me hizo sentir en las nubes, desde lo más alto mientras observaba el río Sena y toda la ciudad, pensaba que jamás me iría de allí.
De pronto me sentí observada, unos hermosos ojos negros no dejaban de mirarme, mi rostro se volvió color carmesí y aunque con disimulo, yo también lo miré.
Aquel hombre era la imagen de Apolo, tal como lo había imaginado en mis sueños y hasta pensé que quizá sería mi primer amor.
La noche cubría la ciudad, pero imposible saberlo a ciencia cierta, las luces se habían encendido en toda la ciudad y la Torre era algo imposible de describir, totalmente iluminada, era como estar suspendida en un cielo de luces y colores que se confundían con las estrellas.
Jamás olvidaré esa noche, mi corazón latía tan fuerte que por instantes creí que moriría.
Me olvidé por completo de mis compañeras, no podía dejar de mirarlo y fui la niña mujer más feliz del mundo cuando vi que se acercaba. ¿Qué le diría?, aparte de mis amigos y compañeros y amigos del colegio, no tenía novio como la mayoría de las muchachas, era demasiado tímida, nunca había sentido nada parecido y mi cuerpo temblaba de pies a cabeza pensando que aquello era el amor.
De pronto, oigo la voz de una niña justo detrás de mí que decía…
––– Papá, mamá dice que vengas se está haciendo tarde.
Y en ese momento mi mundo, el de la niña de quince años se derrumbó para convertirme en mujer.
Aquél sueño, aquella ilusión juvenil y tonta quedó grabada en mi para siempre, hoy luego de muchos años he vuelto a París, a subir a la Torre Eiffel, pero la magia se había perdido, jamás volví a ver unos ojos tan hermosos que, aunque ahora lo sé, no me miraban a mí, transformaron mi vida y me enseñaron a ver y a no apurar el destino, que, como una brisa de verano, se llevó mi inocencia. Sólo algo perdura, aquel hermoso cielo de París.
1/9/2022
Omenia.
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