Camina el temporero por el sendero polvoriento a cosechar los ajos del potrero, que termina junto a los paltos que tiñen de verde el cerro hasta la acequia.
Amanece.
Al pasar junto a unas matas de cardos, un fulgor dorado entre las hojas lo hace detenerse.
Al acercarse ve un marco casi entero cubierto de barro.
Lo levanta.
El marco circunda un sucio espejo.
Lo guarda con cuidado en su bolsa.
"Cinco años de mala suerte si lo quiebro".
Esa noche, después de comer, lava el espejo hasta sacarle la última mota de barro.
Luego de secarlo, lo para en su tosca mesa apoyándolo en un jarro.
Nunca había visto uno tan bello.
Se contempla en él.
Su rostro se ensombrece.
Camina pensativo por la habitación.
Después de un rato se para bruscamente frente al Espejo, rojo de indignación.
"Espejo estúpido que me reflejas
"¿Acaso no sabes que no quiero verme como soy?
"Que torpe al mostrarme mi cuerpo que envejece
"Mis canas, mis arrugas, las manchas de mis manos
"Debieras enseñarme mi otra imagen
"Mostrarme el alma que me anima
"Descubrir que es bella
"Decirme que soy como ella
"Olvidarte de mi cuerpo
"Imbécil que vienes a reprocharme mis excesos
"O a hurgar en mis miserias
"A mostrarme mi destino incierto
"A mí, que te recogí del barro
"Eres un idiota, materia inerte sin cerebro
"Al fin y al cabo eres sólo un vidrio
"Incapaz de ver la belleza que esconden mis penurias".
Y tomando el espejo, lleno de ira, lo arrojó de nuevo al barro.