Hoy, me encuentro sentado en mi vieja silla de cuero, en aquella que un buen día encontré tirada al olvido, arrojada a la calle, como se arroja un estorbo o trasto inservible. Ahí estaba ella, en plena intemperie, entre un montón de maltrechos, patas arriba, como mostrando sus rueditas para que sepan que ella, aún está viva, que aun sirve para trasladar de un lado a otro a quien se le siente encima. Se veía atractiva, generosa y servicial, por eso la recupere preguntándome, ¿Por qué la habrán abandonado?
Que importa, si ahora está conmigo, vive en mi cuarto, en el que me sirve de taller o de refugio a mis sueños, en el que viven, reviven y conviven los objetos que como a ella recogí. En donde construyo o destruyo mis ideas o proyectos, intentando darles vida, de las cuales no todas alcanzan mi favor, y terminan su destino, siguiendo su camino, de donde las encontré.
En este mi cuarto taller, andan sueltas mis creaciones u osadías, colgadas por los muros, en cajones o cualquier rincón, sean dibujos, poemas, apuntes o cuentos que, en silencio, me dicta la imaginación. Son mis comparsas, mis locuras, las compañeras de mis aventuras, las que escuchan mis risas o llantos, son las que me acompañan cuando con mi guitarra canto, alegrías o desencantos, son sueños, mi realidad.
Cuando me siento en esta mi vieja silla de cuero a dar rienda suelta a mí, imaginación, en la mesita que tengo al frente, me espera enamorada e inquieta siempre, una hoja en blanco de papel, para sentir mis caricias con el vaivén de mi lápiz, para con mis delirios embriagarse y echarse a volar, o simplemente para decirme donde hay algo que cambiar o borrar, cuando escribo o trazo.
No pretendo ser escritor, ni mucho menos jugar a serlo, pues para eso, dicen que hay que tener un don, que la cultivan los genios, los literatos, los muy leídos y ciertos “escritologos” creídos. No es mi caso, lo habrán podido comprobar, lo mío es dibujar, tocar guitarra, la escultura o hacer teatro popular. Aunque en ciertos momentos, como las de hoy, se me dé por garabatear, plasmar mis preocupaciones o experiencias, que son solo ocurrencias que muchas veces terminan mal, tiradas por los pelos, por no ser yo, un intelectual.
Pero mientras tenga la intención de no querer quedarme callado, seguiré escribiendo, aunque sea tan solo, para intentar colorear mis ideas u ordenar mis recuerdos. Total, a quien le importa si lo hago mal, y si los hay, es prueba de que me han leído y eso, no está mal.
Escribir para mí, es como escribirle a un amigo, a mí mismo, o a alguien que quizás existe en algún lugar, es mi libertad de expresión, mi atrevimiento o satisfacción de saber que quizás, no todo es tiempo perdido, ni locura de mi imaginación.
Esta es la historia común y corriente de quien escribe y describir simplemente lo que siente.
Pablo Mendoza
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