Casualidad o bendición del Diablo
Saben, voy a contarles algo increíble, algo que me sucedió no hace mucho tiempo atrás en la ciudad Luz (Paris), cuando me dirigía a una actividad cultural sudamericana, denominada la Carpa Literaria, la que se realizaba en el bosque de Vincennes. Se que, algunos de mis patas no me van a creer, pero ténganlo por aseguro que no es cuento.
Fue un domingo aquel día que, al estar yendo a la “Carpa Literaria” con Bobby, que no es un perro, sino más bien mi amigo Hernán, hago está aclaración, porque, en el Perú, suelen dar este nombre de Bobby, a los perros. A Hernán, lo apodan así, porque se la pega de muy “vivo” de sabelotodo, y no solo eso, también tiene pretensiones de ser “pintón”, hermoso. Bueno, lo de Hernán es otro caso, que contare en otra ocasión. Lo mío, es algo que me ocurrió cuando iba muy ameno platicando con mi amigo Bobby.
En el camino, Bobby o Hernán, me iba contando sus últimas conquistas, aventuras o romances con lujos y detalles de abusado galán mentiroso, en eso, cuando ya estábamos por llegar a nuestro destino, vimos venir de lejos un automóvil Mercedes Benz, descapotable, último modelo, conducido por una hermosa mujer, una rubia despampanante toda vestida de rojo, quien llamo toda nuestra atención, más aún, cuando al pasar por nuestro lado, el auto dio un intempestivo chillido por el frenazo que dio. Tan agradable fue la sorpresa de que ese auto se detuviera delante nuestro que, ipso facto, la aprovechamos Bobby y yo, para admirar mejor a aquella hermosa mujer. La vimos bajar de su auto como una diosa. La verdad, porque no decirlo, era un hembrón, de esas que te dejan zombi, al menos así nos quedamos Bobby y yo. Pero al verla venir corriendo como una loca hacia nosotros, me asusté, me dije, esta mujer, me adivino el pensamiento, y como el avestruz, por instinto de conservación, protegí mi cara con mis manos y cerré los ojos con resignación esperando el bofetón. Y al sentir que me estrujaban sus brazos, acepte con placer la muerte, porque morir entre los brazos de aquella mujer, sería una muerte feliz. En eso, sentí sus labios pulposos posarse en mis mejillas, me dije - ¡ya estoy muerto! – son los ángeles que me llevan al paraíso. Pero con aquellas caricias, como Lázaro, resucité, volví a la vida, y casi me vuelvo a morir, cuando ella, empezó muy cariñosamente a recordarme lugares y momentos gratos que, según ella, habíamos vivido juntos. Momentos que, hasta ahora trato de recordar, aunque sé, que es en vano insistir, porque, aunque lo hubiese deseado, esa felicidad nunca lo viví.
Todo fue muy rápido. Aquella mujer, como vino, se fue - Estoy apuradita – me dijo, dejándome en la mano un pedacito de papel, donde estaba escrito – “Charo” y su número de teléfono – me beso tiernamente y con un – Espero tu llamada – se fue aquel sueño, en su auto descapotable.
Bobby y yo, nos quedamos mudos un buen momento. Bobby me miraba con una cara de imbécil y yo igual a él. Aún recuerdo que solo atine a decirle - Te juro Bobby que, no sé quién es, nunca la vi en mi vida antes, pero cuanto lo hubiese querido. Me confundió con otro, se equivocó, que pena – de eso, yo estaba seguro. Por eso, guardo hasta hoy aquel pedazo de papel donde me dejo escrito su nombre y su número de teléfono, numero al que no me atrevo a llamar, para no despertar de aquel sueño divino, ilusión, o bendición del diablo.
Pablo Mendoza
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