Y quise contarte todo lo que mi alma había visto...
Más fuimos quienes se amaron a través de un velo que separa la cotidiano de la locura, yo existiendo en mi lado color sepia y tú al Sol, en el cementerio frente al mar, un Dios de dedos morenos que acarician gatos.
Como podrías haber entendido? En tu vida ordinaria y protegida, como podrías haber siquiera asomado tu cabeza coronada de rizos al abismo de mi existencia?
Y sin prisa quise que el resumen de nuestra vida fuese esos tres días junto al mar. Perderme mansamente en la sensación de tu lengua, que ahuyentaba el dolor como quien aparta descuidadamente un insecto con la mano.
Más no quisiste mi oscuridad, la sustancia oscura que puebla mis huesos.
Debiste inventar un lenguaje nuevo para mí, para mostrarme que el brillo de mis ojos era sin igual, que nada más prístino se había cruzado en tu camino. Que entrecerrando los tuyos podías verme, para siempre mecida en los brazos del Árbol de los Niños, aquel del Cementerio de mi infancia, aquel que quise dibujarte en palabras, en todo su negruzco esplendor.
Tenías que volver al revés todas las plegarias aprendidas para venerar esta suerte de encontrarnos, de reconocernos en la tragedia. Pero me coronaste de los mismos encajes. Pusiste sobre mi cabeza apesadumbrada los mismos velos, las mismas joyas. Quién soy yo entonces? Donde reside mi magia?
Cuál es el mío si en tu lengua viven tantos nombres? No me reconozco en el retrato que pintaste, no soy yo quien respira tras esa cara torcida. No me viste, amor? No me viste acaso?
Miraste sin ver más allá de la carne blanca y rosa que guarda mi insolente corazón, mi rebelde corazón. Tocaste mi cuerpo y retrocediste azorado cuando alcanzaste mi alma, como si en un desacierto acercases los dedos a la llama de una vela.
Besaste mis labios rosados e ignoraste el resabio que dejó el veneno. Algodón mezclado con arsénico. No te supo a "para siempres" el néctar que provocaron tus caricias.
No reconociste que era yo, finalmente, yo. Muy atrás, en el fondo del bosque, muy adentro en lo profundo de la historia, entre los puntos y las comas.
Yo, siempre,
Orquestando mi caída. |