Una astilla diminuta se clavó en mi dedo. Luché por extraerla, entre mayor era mi lucha, más hondo se clavaba. Decliné la batalla esperanzado en que algún día saldría por sí sola.

Pasaron soles y lunas y allí sigue, obstinada, arraigada a mi carne. Su punzada constante me recuerda que estoy herido. Su aureola rojiza testifica que lento pero constante me lastima.

Así es mi vida sin ti. Sobrevivo con la astilla, me acostumbré a su punzada. La herida no sana, sigue allí discreta y callada, como eras tú.