Una pausa en el día
sentado en el bar de siempre.
Al igual que yo,
la mayoría estámos solos excepto,
por esa mesa
en la que esas dos personas
resaltan
narrando un derrotero expresivo
y su trayectoria.

Eso veo y
sobre eso improviso este escrito pero,
la palabra no tiene la exactitud
del lente y su brutal honestidad
de mostrar
que ya nadie mira
a los extraños,
que a nadie le importa
lo que pase por fuera de su alambrado,
que del sueño de los 70,
lo único que volvió
fue la ropa.
La idea de cambiar el mundo
ya no es
la empresa de nadie.
Quizás sea que ya aceptamos rendidos
la constante sucesión
de eventos, aciertos y accidentes.
Y quizás también eso sea
la cotidianidad:

un pibito ofreciendo carilinas,
el dueño hablando de Europa,
la chica de Puan fumando un tabaquito mientras lee
y miles de diapositivas en movimiento
desplomándose a nuestro lado.
Paisajes habituales
en los que siempre hay un amor
muriendo entre el almuerzo y el postre.