Camino. A mi lado se van levantando dos paredes de tierra. Un par de tablones hacen que parezca cemento, están firmes. Sigo caminando y llegan a su altura máxima, un poco más arriba que mi cabeza. Serán 2 metros de alto y 50 centímetros separa una de otra pared. El camino es largo, sinuoso y muy angosto. Estoy seguro en una zona insegura. Levanto la vista y los alambres de púas se mezclan con un cielo gris. El sonido de las voces se mezcla. Un silencio que da miedo. Sigo caminando, giro a la izquierda y luego a la derecha. Más hombres refugiados, sentados, descansando o recuperando energía para algo que vendrá. No se sabe cuándo. Voy en busca de mi misión, sigo por ese callejón. El olor a tierra se mezcla con un olor a muerte y miedo. Veo mucha gente como yo, todos solitarios. Sigo caminando hasta llegar al final. El camino diminuto, con esas enormes paredes a mi costado llegó a su fin. Hay una tercera pared que bloquea mi paso, una tercera pared donde una escalera me lleva al nivel de la tierra. ¿Qué habrá ahí? ¿Qué encontrare al salir a la luz? El miedo más profundo se apodera de mí. Empiezo a subir las escaleras y con mi altura, mi cabeza se empieza a agachar. Junto coraje, abro los ojos y levanto la vista. Sigo escalando por esos escalones, el miedo me deja tieso pero sigo. Subo el último peldaño, veo el horizonte. Mis pupilas fijan la vista, están atentas, abro bien los ojos. Por mis venas se agita (hiela) la sangre. Junto fuerzas y pego el salto. Salgo de la trinchera. Veo.