El padre Benito en la misa exhortaba a los fieles a la solidaridad, a hacer obras de caridad. Luego habló de la honradez, la ética y moral. Se dio golpes de pecho y logró conmover a todos los catolicos que colmarón esa mañana el templo de nuestra señora del perpetuo Socorro. Estaba a punto de entregar la comunión a todos aquellos que estaban libre de pecado. Alzó las manos hacia Dios, se veía como en trance; de repente un perro callejero se dirigió al altar. El padre Benito volvió a la realidad y de una patada espantó al perrito que salió a toda carrera de la capilla. Aún así los fieles recibieron el cuerpo de Cristo, se dirigieron a sus puestos a orar. Nadie protestó por lo que hizo el padre Benito. Después de darles la comunión siguió con el ritual, al fin dio la bendición a los fieles que se arrodillaron, se persignaron y despacio abandonaron la capilla.
Antes que el padre Benito se fuera un hombre de aspecto humilde le dijo:
-Si lo llegó a ver en la calle lo pateo.
El padre Benito le respondió:
Entonces nos pateamos, no te tengo miedo imbécil.
El hombre se alejó; antes de irse le lanzó un hujueputazo.
El día transcurrió lento, al fin llegó la noche. La iglesia estaba llena de fieles que esperaban con ansiedad el inició de la misa. El padre estaba tardando más de lo normal. Muchas viejas beatas rezaron una oración por el padre. La oración surtió efecto pues al rato llegó Benito con los pantalones rotos y chorreando sangre. Tony lo había mordido por donde pudo; le cobró la patada que le pegó hace unas horas. En el sermón pidió a los fieles matar al perrito; muchos imbéciles prometieron hacerlo. Al día siguiente encontraron al padre Benito muerto. Esta vez tony le mordió la garganta; un chorro de sangre tiñó de rojo el asfalto. Tony y el hombre humilde se fueron pronto de ese pueblo repleto de miserables.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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