El problema que me aqueja parece grave. Voy al grano. Sucede que, o bien me sobrepaso en las palabras, las alargo sin razón aparente, cosa funesta cuando se trata de ser correcto en este asunto, o bien me quedo corto frenando de golpe mis propias expectativas. Acaso a nadie le importe este dilema, mal que mal, cuando elevo mi voz, no se me entiende mucho, hablo raro, enredado, como si estuviese dialogando conmigo mismo. Sin embargo, ese no es mi problema porque básteme con bendecir de algún modo esta situación abstracta que me condena a un arresto domiciliario indefinido sin haber cometido delito alguno. ¿O ya están en ejercicio las personas que leen la mente y en algún pecadillo he sido sorprendido? Injuriar es asunto cotidiano y existe una encuesta que señala que la mayoría de los seres humanos, por variadas razones, han deseado la muerte de algún semejante y si se tratara de encarcelar a tanto asesino virtual, el mundo entero sería una monumental cárcel.
Pero dejemos de lado estas consideraciones que se emparientan más con esos febles algodones azucarados que se expenden en las ferias de entretenimiento. Mi preocupación dista bastante de estos asuntos superfluos, por este tema de las palabras que se desenfrenan u otras que no cumplen con su objetivo. Me han aconsejado que una mina podría serme útil para este objetivo, aunque odio las dilaciones porque voy a la primera y bueno, así me va. Por lo mismo, descarto a la mina y arremeto. Y me sobrepaso, no con la mina sino con mis expectativas. Existe el pensamiento lateral o vertical o bien la deconstrucción, pero en este caso me sumerjo en densas aguas filosóficas. Por lo tanto, me calzo unas imaginarias alas deltas y sobrevuelo verticalmente sobre un horizonte inacabado. Pero yo me las busco y nadie intente por favor tener consideración con estos afanes míos. Un plan de vuelo sin tasa de embarque ni asiento reservado, en eso estoy, mas de allí derivo a la derecha y a la izquierda sin luces que parpadeen en los lindes de mi entendimiento.
Hago un paréntesis. Por lo de contemplativo. He conocido personas de poca labia y mucha introspección. En un universo verborreico, ellos transitan leves y lejanos, contemplando todo al parecer desde sus propias invocaciones, alígeros e insustanciales. Una sola palabra puede atizar los fuegos, desmantelar un castillo de vanas elucubraciones. Ellos la reservan, ojos de búho, pernoctan en sus divagaciones, callado el loro, diría alguien. Desacomodan, por supuesto, acostumbrados que estamos a un fuego cruzado de preguntas y respuestas. Intenté alguna vez un diálogo, yo, que también reservo la petardería sólo para casos puntuales. Un mohín parecido a una sonrisa por la que Da Vinci habría pagado una fortuna para inmortalizarla con sus briosos pinceles. Eso, nada más, sumiéndome en vergonzoso y espejeado silencio. Fascinan, por supuesto. Y desacomodan, atizando una malsana curiosidad: ¿qué se trae entre ojos este tipo?
Regresemos al principio. He probado ser más preciso en mis afirmaciones. De la mina, ni hablar. Me desconcentraría porque odio los bosquejos y suelo ir a la primera, soldado con la carabina en ristre apuntando…y errando, por ese mismo loco afán de hacer coincidir lo supuesto con lo real. Desafío grande. No basta el brío sino también el conocimiento. Recuerdo mi diccionario ajado y recompuesto con oprobiosos parches y más antiguo que yo mismo. Larousse no era sino una edición argentina cuyo nombre se me extravió en las arenas movedizas de la mente. Cuando escribía discursos en mi trabajo, solicitados por cualquier motivo: inauguraciones, despedidas, festividades, apelaba a sus rancias palabras que intercalaba como gemas valiosas que brillarían por lo exclusivo de su pronunciación. Razón tenía yo para tal afán que le brindaba sonoridad al discurso sin que la concurrencia entendiera ni papa lo que se expresaba. Lo confieso: vanidad pura y superflua. Como este término que ahora intento y lo trazo con mano firme. ¡Eureka! coincide sin que nada sobre o mezquine. Las verticales van aseverando que la elección era correcta. Pronto esa región estará estructurada. Sin embargo, no apelaré a la mina, al lápiz me refiero que permite tantear primero para remarcar luego con el bolígrafo la rotundez del acierto. Lamentable, me sobran otras que de tanto corregir se producen intensos borrones de pasta azul jalonando este puzzle que a duras penas finalizo. A propósito, ¿sabían ustedes que depauperar significa empobrecerse?
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