Con gran decisión le dijo:
-Veo que no te pasan los años.
Con gran calma le respondió:
-Eso me lo han dicho muchas mujeres, tantas que ya he perdido la cuenta.
-Debes tener algún secreto que te permita mantenerte idéntico al paso de los años.
Guardó silencio por un rato. Luego le contestó:
-No acostumbro a revelar mis secretos porque perdería mi encanto.
La chica no supo qué responder; tan solo lo miró con algo de miedo, no era para menos, un ser que nunca envejece a cualquiera le despierta temores. Fueron más grandes las ganas de llegar al meollo del asunto que el miedo. Sin ninguna vergüenza le dijo:
-Esta noche voy a quedarme en tu casa, hay algún problema en que lo haga.
-Ninguno, en absoluto - le respondió.
La chica se recostó en el sofá; llevaba un abrigo negro y una bufanda de colores. Afuera empezó a llover primero suave, luego arrecia la lluvia. Sentía el ruido de las gotas sobre la ventana, eso la arrullaba y no tardó en quedarse dormida. Al principio su descanso fue plácido, nada le molestaba. De repente le dio por salir a la calle, no debió hacerlo pero fue imposible detenerla. Llovía tan duro que la calle se convirtió en un riachuelo que se llevó corriente abajo. Cada minuto el riachuelo se hacía más torrentoso. Ella incapaz de regresar se resignó a su suerte. La lluvia cesó al amanecer. A las ocho de la mañana tenía una cita con el médico, pues le aqueja un mal desconocido y el galeno era el más indicado para decirle que le afectaba.
Se despertó sudorosa, se levantó del mueble y en silencio fue a saludar al caballero de la eterna juventud, quien al verla le dijo:
-La próxima vez anunciate, no me gustaría que me vieras desnudo.
La chica de inmediato le contestó:
-Disculpa no volverá a suceder.
La chica le pidió permiso para pegarse un duchazo; el caballero le dio el permiso, mientras se duchaba la chica, el caballero se quedó meditando. Apenas terminó de ducharse fue a mirarse desnuda al espejo, pues le gustaba ver su cuerpo armonioso y bronceado, su pelo negro y sus pechos firmes. Esta vez no vio nada de esos atributos por los cuales los hombres suspiraban al verla. El espejo a diferencia de otras veces esta vez no le mostró su belleza como otras veces, esta vez el espejo empezó a sangrar copiosamente. Al principio se pellizco para comprobar que no era una pesadilla, en efecto, no era una pesadilla. Se vistió lo más rápido que pudo y salió corriendo de esa casa endemoniada. Se subió en el primer taxi que pasó y se fue directo al Centro médico. Al llegar pagó la cuota moderadora y espero a que el médico la llamara, después de una hora la llamó un médico viejo. Ella se imaginó un médico joven, pero su médico tratante era casi que un anciano. Al verlo quiso salirse del consultorio, pues detestaba a los viejos. En el consultorio había un espejo grande. El médico le ordenó que se viera en él. La chica procedió a hacerlo, apenas lo hizo salió corriendo como loca del consultorio. Estaba tan asustada que no se dio cuenta que venía una motocicleta a gran velocidad. El conductor no pudo esquivar y la atropelló. Como quedó inconsciente llegaron pronto los paramédicos y la llevaron al hospital más cercano. Con mucho esfuerzo lograron reanimarla. Al principio no podía hablar, pero al paso de los minutos recobró la calma y pudo hacerlo. Le preguntaron qué le pasaba y dijo que se había visto en dos espejos del mismo tamaño: en el primero se veía joven y más hermosa de lo que era; en el segundo se veía como si fuera una anciana decrépita. Uno de los espejos le regresaba al pasado, el otro la adelantaba en el tiempo. La chica enloqueció pues no logró entender el juego de los dos espejos.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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