Estuve cerca de él en la fila antes de la apertura de un comedor para abatidos. Donde ser de los primeros, cuando existía el compromiso de tomar algunas clases al mediodía, era impostergable. Siempre con su guitarra a cuestas. Por cierto, una versión de ese instrumento difícil de ser derrotada, por lo rústica, de otra de fabricación criolla. Y hablo básicamente de la confección de sus antiestáticas clavijas, solo para los dotados de un buen oído musical.
Pero el asunto no se detenía en el instrumento, era también su vestir, su peinarse( sí lo hacía), su tono de voz, la languidez de su mirada y hasta su forma de ser dominicano en todos sus aspectos. Por aquello de la creación de un patrón para la apreciación de la belleza física del nacional. Pero lo pienso arropado por la duda, tal vez, de su posible intención de querer forzar la genética.
Y mi prejuicio se prolongó más allá de los empujones en la fila y el sentirle, por no caer al suelo, aferrado a mi cintura. Sino, que también no me halaba, como a otros, su tirarse a la grama, para alardear de su gracia. Haciendo burlas desabridas de prolongados anuncios de la radio del momento. Pero, además, por la manera tan tosca de querer lucirse con su lira.
Pero fui derrotado cuando una noche veraniega, la inmensa Mercedes Sosa, frente a faltarle acompañamiento en un show en mi tierra aceptó sin conocerle, su colaboración. Entonces admití que el instrumento es sólo el medio de expresión de un artista y nada más. Pero no fui el único sorprendido. Ni una inocente Sosa, la de un agradecimiento puro y simple.
Sin embargo, lo que ahora me ocupa, después de muchos años y su desaparición física, es replantear sus canciones desde la óptica que al inicio advertí, como su más genuina estampa. Y me bastó con una: ‘Élla me vivía’. Qué además del título, es también estribillo. Frase que para el dominicano significa
hacer metástasis consigo, de la totalidad íntima de otro ser. Y lo hizo dejando abierto el motivo de la ausencia. Pero con un papel vinculante, que encajó con dos formas que pudieron originar lo planteado.
Amén de la singular descripción del entorno, con palabras y frases que trascienden lo castizo, para anclarse en lo que construyó su esencia.
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