Compré un reloj de pared hace una semana y ahora estoy por echarlo a la basura. No es que no funcione, simplemente está loco o embrujado. No respeta las normas de su mecanismo al marcar la hora. Son las seis diez de la tarde, pero él está marcando la una. Si corrijo sus manecillas a la hora que es, en un descuido ya son las siete y cuarto o las cinco y media, o a lo mejor las nueve menos cuarto, no tengo la certeza de la hora que marcará en cualquier momento, parece jugar o burlarse de mí, como si en su alma de reloj (¿alma de reloj?), bullera el espíritu de algún chiquillo o algún fantasma travieso. Llevé a que revisaran su maquinaria, pero no hay nada anormal. Debo reconocer que es un reloj especial, aunque trabaje como se le antoja. Pero es que hay seres y objetos así, que trabajan o funcionan tropezando y recomponiendo bien o mal su rumbo. Soy uno de ellos, los fracasos me indican cuándo debo cambiar de dirección.
He tomado una decisión definitiva sobre este cachivache loco, embrujado, rebelde, lo conservaré donde pueda ver sus cambios constantes, para que me recuerde que todo en la vida puede cambiar de pronto, que podemos estar arriba o abajo y que quizás la locura, sea lo único que nos salve.
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