Te sueño y te me confundes. En la difusa bruma de Morfeo, eres tú y eres tú, ambas en distintos tiempos, la una, todo vértigo rompiendo esquemas con tu cuerpo malditamente proporcionado que imantaba los ojos masculinos. Luego, desciendes en centímetros pero permanece el brío y la resolución. Eres la actual, o la póstuma, no me alcanzará vida para alguna otra, lo intuyo por eso de las probabilidades, pero uno nunca sabe. Y en ese film en que lo que menos prima es el libreto, surges con esa risa mordaz, tú, la primera, porque ya has fijado tu punto de mira: un gordo que me sobrepasa por diez centímetros de altura y al que te afanas en preguntarle qué partido se juega hoy. El tipo sonríe y se relame para sus adentros. Y te responde modosito, fingiéndose acaso un papanatas, aunque uno ya sabe cuáles son sus intenciones. Tú sonríes y agradeces y dos hoyuelos lúdicos parpadean en tus mejillas.
-¿A qué viene esa pregunta? No sabes nada de futbol, sé que no te interesa.
-Quise preguntarle. Tiene lindos ojos.
No la maldigo porque sería maldecir lo más profundo de su naturaleza. Sólo marco con furia mis pasos en el pavimento para descargar ese algo que pugna por reventar. Zumba todavía en mi cabeza esa primera noche, la del matrimonio. Llegados a la nueva vivienda, un cuartucho pobre pero digno, te despojaste de tus atavíos y surgieron infartantes tus dos volcanes níveos que me espantaron la curadera de champán y demases. ¡Lo que puede un papel!
Pero los sueños también han adoptado ese sistema de temporadas, similar a las series de Netflix. O por lo menos, los míos son así. De la escena uno pasamos a otra inserta no sé en qué volumen en donde nos besamos y algo que no sé si es un hijo o un perrito nos persigue y nos rodea. La dicha reina, pero el que se matrimonió con una mujer casquivana tiene muy claro que navega en aguas turbulentas. Ella me increpa por cualquier estupidez que de tan estúpida es la cosa que no vale la pena mencionarla. La imagino airada por la monotonía, pero el cura lo profetizó ante el altar y eso tú lo escuchaste y hasta un par de lágrimas diamantinas se escurrieron por tus mejillas. Ahora no lloras y una hendidura finísima culebrea en tu frente: es tu desagrado por ser viernes y si no es viernes es porque es lunes y así por el estilo. Nada digo porque no estoy estructurado para consolar a nadie, menos a ti y ese gesto que te afea y te espeluzna en demasía. Tanto que me aleja a varios metros de tu ámbito. Aquí te visualizo en formas alternadas, te me agrandas y luego desciendes y el gesto ahora es tuyo y tuyo, ambas plagiándose en la pataleta. No hay sexo. No en esas condiciones y por mucho arrumaco y roce de epidermis, tu cuerpo es piedra esculpida que pronto estará roncando. Tú y tú, ambas en el mismo estilo, daga que me rasga el pecho con una sentencia que se queda tatuada: Las mujeres no son tu especialidad.
Otro capítulo. La increpo, ya perdida mi paciencia por tanta mirada fugaz suya y sonrisillas que ocultan pensamientos de turbiedad pecaminosa. Tú, la primera. La segunda se conforma con Cem, el galán de la teleserie turca y eso no me inmuta. Pero tampoco quiere. Que es ella, que es una etapa oscura de su existencia que le disminuye su libido. Hace tiempo que no toco un cuerpo femenino, estoy seguro que cuando lo haga se me incendiarán los dedos y bramaré ante tal revelación. Pero ella no quiere y la otra tampoco. A la primera le mentí que había conseguido un empleo que mejoraría con largueza el actual y saltó de felicidad. Leí que los matrimonios sin apreturas económicas hacen el amor en todas sus versiones. Ni eso ocurrió. Pragmática que era, me prometió que cuando estuviera delante de sus ojos esa liquidación de sueldo, me brindaría una velada inolvidable.
Otro capítulo y creo que es la temporada final, último capítulo. De ti, la primera. Caminamos por calles difusas o son las calles las corren con un apuro propio de ellas. Algo me enoja y entiendo el motivo, pero como es un sueño, poco importa. Frunces el ceño y la culebrilla de tu frente se contorsiona. Lo sé, estoy seguro que se viene la noche más oscura y sólo faltan esas palabras tuyas, las que sellarán la ruptura, aunque sé que desde que firmamos el armisticio, el último, presentía esto. Tu voz rompe el silencio y gritas ¡Llegamos hasta aquí! ¡No quiero volver a verte nunca más de los jamases y no te olvides de tu hijo!
Contemplo los rigores de tu espalda y la cimbra de tus caderas y te agrandas y te achicas, aunque sé que en estos momentos roncas a mi lado, tú, la segunda y que por clase y majestad debiste ser la primera. Acaso la única. Sé que entregué poco y ni una pizca merezco. Pienso en Agustín Lara, músico y compositor de fuste pero feo como el carajo y que conquistó el corazón encabritado de María Félix. Los pentagramas, las armonías y otras virtudes más concretas también enamoran aunque el rostro sea lo más desarmónico que haya existido.
De todos modos, el inconsciente es injusto y se permite trampas. Me la recuerda a cada instante sabiendo yo que es imagen esfumada ¿Acaso lo es? Pero me la ecualiza en talle y vozarrón mezclada con la voz tuya y hasta me siento un pérfido infiel que no termina de desatarse las amarras del pasado y quizás por eso y porque las mujeres lo saben todo y si no, lo escarban con esa intuición aguzada que poseen, que es lo mismo, no me permites tener sexo contigo, porque al hacerlo imaginas que también pienso en ella. Lo que no es cierto. Lo juro. Y revolotea en mi mente la imagen del Padre Luis del lejano catecismo: "Jurar en vano es pecado".