No pasé por la caja, abandoné el changuito con mis compras, y salí presuroso del local y la alcancé en el parking del supermercado.
—Disculpa mi atrevimiento, pero quiero hacerte una consulta.
Cuando la tuve frente a mí, no fue necesario hacerle ninguna pregunta. Era ella, sus ojos celestes no admitían ninguna duda.
—Perdón, ¿nos conocemos?
En mi excitación no atine a aclararle nada.
—Sólo quería darte las gracias.
—No entiendo.
—Seguramente no lo vas a recordar, pero fuimos compañeros de clase en el segundo año escolar. Y yo tuve un pequeño percance con mi pluma jaja. Y tú me salvaste ofreciéndome una pluma lanza nuevita.
—¡¿Eres tú?! ¡¿Cómo podría olvidarte?! Es más, esperé como una tonta que me hablaras en el paseo de fin de año del secundario. Y tú nada.