MINI HISTORIA
La señora sentía cierta angustia, desde hacía un tiempo sospechaba de su marido. Los fines de semana lo percibía diferente. Veía con cuánto esmero se duchaba, y envuelto en una nube de fresca colonia para después de afeitar, marchaba presuroso y elegante a trabajar a su oficina del centro. Eran Sábados de tarde o Domingos, qué más da. Según él, no daba abasto con tanto trabajo que llegó de repente y dado que era el dueño de la pequeña empresa, podía darse el lujo de ir el día que quisiera y a la hora que se le ocurriera.
Planeó entonces la mujer lo que le pareció un astuto plan, y lo convenció de llevar a su pequeña hija. De esa manera, la niña se entretenía un poco en lugar de estar confinada al borde de su cama de enferma como de costumbre. Quedó asombrada por la rapidez con que aceptó la propuesta. Y ese mismo fin de semana con su hijita de punta en blanco, vio cómo se alejaban en el automóvil rumbo al centro.
Lo que jamás imaginó fueron las horas que la pequeña con la radio encendida y la rigurosa orden de no bajar, permaneció encerrada en el vehículo. Más tarde, le fue impartida la severa advertencia de no comentar jamás a su mamá, cómo pasaba esas tardes de fin de semana -que transcurrieron a lo largo de todo el año- mientras su papá trabajaba con su secretaria.
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LA ALFOMBRA MÁGICA
Poseo una alfombra mágica. Descubrí que encierra cantidad de cosas, figuras, caras y hasta caballos. Rostros de mujeres, hombres, niños. Rostros de ancianos, de seres malvados y de ángeles. Cada día me asombra con nuevas y fantásticas figuras. He aquí una Maga, allá un viejito encorvado, o los ojos asombrados de un niño. Todos están ahí. La historia de toda la humanidad podría decirse. Veo las tumbas de los Faraones y la Esfinge, los Templarios, Moisés y el Cristo, lo más terrible como así también, lo más sagrado y sublime.
De niña me fascinaba ver pasar las nubes. Ellas también me mostraban su magia. Contenían monstruos marinos, castillos enteros, corceles y soldados marchando a la guerra, y hasta algún par de enamorados. Un universo apasionante se escondía en ellas y de pronto el viento o la distancia del auto en el que viajaba, dejaba caer un jirón desgarrado para enseñar nuevas maravillas. Jamás se gastaban. Jamás desilusionaron.
Y ahora, hete aquí, que la pequeña alfombra de mi baño, un auténtico prodigio, también los contiene. Ese pequeño rectángulo de sesenta centímetros por treinta, cuya felpa malva se apelmaza o levanta acorde a quien la pisa, me asombra y deleita, es todo un reservorio de tesoros ocultos.
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