Negociando Con Dios
El timbre de mi casa sonó y después de abrir la puerta, miré que al borde de la acera ayudaban a mi madre a bajar de un vehículo. El impacto me nubló el entendimiento y no reparé en mi vestimenta. Luego, élla, al llegar al final del pasillo de ingreso, ocupó, antes de ofrecérselo, una especie de trono. ¡Qué mejor no pudo haber sido usado jamás!
Y lo que siguió fue un placentero juego, que osciló entre festejar por su inigualable estado físico y sus sutiles desaciertos sobre puntos de nuestra historia familiar. Donde, yo, un hambriento de datos y explicaciones de nuestro pasado, me llevé la parte dura. Y la peor, que fue la hilaridad de la descendencia por el tono vocal de sus ocurrencias.
Pero lo increíble sucedió después de compartir los alimentos. Ya que élla no regresó al sillón, sino que caminó directamente hacia el sofá que yo ocupaba. Sé sentó a mi derecha, levantó su brazo izquierdo y posó el índice en mi frente. Mientras que la diestra la deslizó hasta tocar mi ombligo. Y con un gesto maternal inició un monólogo.
Murmurando que lo más grandioso de ‘uno’ era tener sus hijos. Qué nada sé podía comparar con ello. Y que ‘uno’ después de todo, lo que más quiere son….pero ahí, su voz sé tornó confusa. Momento en que creí que había comenzado su ‘negociación con Dios’. ¡Y afirmo que el tiempo transcurrido en dicho trance no lo pude medir!
“Pero hoy al recordarlo, lo traslado a otra circunstancia: Y es, qué ciertas madres, creyendo haber fallado en la petición hecha al supremo, tal vez sé inmolan para forzar el intercambio”.
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