He perdido la cuenta
de las muchachas que pasan,
enredadas en el vacío
del desvarío que me brota.
Entre mi carne duelen
los vientos con que vuelan
mensajes silenciosos,
feroces de deseos perpetuos
que despiertan sus faldas,
mientras mi mano, lenta,
mengua su galope
tamborileando la mesa.
Pecado es dejarla allí,
cuando su pulgar podría
acariciar la carne madura
que se agota sin sentido
en el primer eco de un suspiro.
Texto agregado el 13-07-2022, y leído por 75
visitantes. (5 votos)