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Inicio / Cuenteros Locales / Anyelical / Mi sobredosis de azúcar p.1 Esa pequeña princesa

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La bella reina del cielo, despertó en mitad de la noche, allí al lado, no estaba su marido, lo cual le extrañó.
Estaba en su última semana de embarazo, por lo que incorporarse en la cama era un tanto complicado.
Lentamente, logró sentarse en el borde, dejando caer su largo cabello albino que recogía en una trenza.
La sed era muy intensa y no quedaba nada de agua en la jarrita que siempre había sobre la mesita de noche.
-¿Qué extraño? Han siempre la llena antes de irnos a dormir.
Con dificultad se puso en pie, este embarazo le había dejado con poca energía, más, estando tan cercano el día del parto.
Caminó por esa enorme habitación para salir de allí e ir hasta la cocina por su propio pie.
En la madrugada, siempre acababa despertando por esa sed que tenía, a veces, hasta hambre.
Pero por las horas que eran, nunca era capaz de llamar a los sirvientes de palacio para no despertarlos.
A pesar de ser la reina del primer cielo, Aluna era una ángel bondadosa y justa, vivir con tantas comodidades jamás le llamó la atención.
Pero, al ser la elegida como el ángel de la luna más poderoso, tuvo que casarse a la fuerza con Han, el ángel del sol elegido como el mejor.
Un hombre atractivo, algo frío, con una cabellera negra y muy larga, de ojos cálidos por su tono anaranjado.
Y ella, con unos preciosos ojos del color de las amatistas, y unas enormes alas blancas de reflejos azulados, a diferencia de las de su esposo, que con la luz reflejaban tonos amarillentos.
Su primer hijo, al que llamaron Mark, tenía toda la apariencia de Aluna, salvo el liso de su cabello albino y la personalidad más seria que poseía su padre.
Llegó a las grandes escaleras para bajar por ellas hasta la planta baja, con mucho cuidado para no perder el equilibrio con la pancita, fue al poco, que le llegaron las voces sutiles de alguien sintiendo placer, y una de ellas, pudo reconocerla a la perfección.
Con cuidado, se asomó por una de las esquinas, encontrándose allí, a su esposo, sobre, aquella mujer de alas negras y cabello pelirrojo.
La impresión por lo que estaba presenciando fue tan inmensa, que de alguna manera, pudo sentir que perdía todo el control de su cuerpo, como si hubiera perdido su equilibrio por completo, cayendo por esas escaleras de una horrible manera.
Perdiendo incluso el conocimiento por el dolor tan intenso que sintió del golpe.
Todos en esa planta, despertaron al escuchar sus gritos mientras caía y más, por el escándalo que procedió cuando uno de los sirvientes la encontró allí inconsciente.
La vida de esa reina estaba en peligro.
Los mejores doctores trataron de que ella no falleciera y también, que ese bebé pudiera sobrevivir.
Todos sentían tal impotencia, tanta desesperación, con sus manos llenas de la sangre de esa reina.
Pero al fin, al fin llegó ese doctor de cabello azulado, el doctor más famoso de Anoriath, tomando toda la responsabilidad de Aluna y su bebé, dándoles completa esperanza y confianza con su mirada a todos los que allí estaban.
De eso pasaron ya diecisiete años.
La joven Anyelik Victoria, observaba a ese bello vampiro todo el tiempo.
Este trabajaba en el palacio a pesar de proceder del infierno.
Desde que rescató a la princesa de un ser maligno hacía dos meses, sus padres decidieron dejarle vivir allí, pues, con su gran poder, podría seguir protegiendo a Anyelik.
Ella, era una princesa torpe, no sabía usar bien su poder y, además, era muy rebelde.
Se la pasaba escapándose de palacio siempre que podía, para no atender sus obligaciones de princesa.
Fue así, que en una de sus escapadas, acabó siendo sorprendida por ese mal ser, menos mal que Alejandro, ese vampiro, apareció en el momento justo para rescatarla.
Todos allí la conocían como la pequeña Anyelik.
A sus diecisiete años, no llegaba ni al metro cincuenta, su apariencia era peculiar por aparentar tener tan solo trece años.
Casi plana, y eso que Aluna tenía un busto bastante considerable.
Además, era bastante delgadita, aunque sus caderas sí eran algo anchas, sólo que nadie lo sabía pues solía vestir con vestidos bonitos para nada ajustados.
Su piel, era tan blanca, casi como un fantasma, pero con muchos lunares oscuros por todo su cuerpo y ligeros rubores en sus mejillas.
El cabello, por los pies, negro puro como el de su padre, pero algo ondulado, y sus ojos, grandes y tiernos, de color amatista.
Su padre era el único que la llamaba Victoria, él fue el que decidió que tendría un segundo nombre.
Este, siempre era duro con ella, cuando estaba enfadado por sus continuas escapadas, gritaba ¡Victoria! Por todo lo alto para que pudiera escucharle.
Aunque Anyelik sabía, que sus enfados nacían por la preocupación que tenía y, sólo a él, le dejaba llamarla así.
-Anyelik, sé que me estás mirando fijamente.
Se escuchó la voz de Alejandro, mientras que dejaba de tocar su guitarra.
La voz de aquel joven vampiro, era especialmente gruesa, sonaba más oscura que la de los ángeles al ser un ser del infierno.
Alejandro, tenía su piel muy pálida, como si siempre estuviera enfermo, pero, bajo sus rasgados ojos azules, no había ojeras.
Tenía las orejas picudas, pero no tan largas como las de Anyelik.
Si sonreía, se le podían ver dos colmillos asomando y tenía un par de cuernos alargados saliendo de entre su negro cabello.
Era bastante alto, como 1'86 y tras él, podían verse unas alas de plumas negras que sacaba de vez en cuando.
Anyelik rápido, se fue a esconder tras unos arbustos del enorme jardín, pero, Alejandro, apareció frente a sus narices, agachándose para mirarla a los ojos de forma intimidante.
-A-Alejandro.
Y sus mejillas se encendieron aún más.
-¿Qué pasa? ¿Eres mi acosadora número uno?
-¡No! ¡No! ¿Qué dices Alejandro?
Es solo que... jeje, la forma de tocar la guitarra que tienes, pues, esto, ¡me fascina!
Alejandro entonces, alborotó su cabello y ella, le miró fijamente a sus bonitos ojos con un toque asiático.
-¿No tienes miedo de mí que me miras con tanto descaro?
-¿Y por qué tendría que tenerlo?
Le preguntó sintiendo que le daría algo.
Alejandro entonces, se acercó más a ella, con su rostro cerca de su cuello, como si fuera a pegarle un mordisco, pero, después, yendo a su larga orejita.
-Recuerda princesa, soy un vampiro, una criatura del infierno.
Estoy aquí para comerte.
-¡Aaaaaah!
Y Anyelik tuvo que apartarle con sus manitas muerta de la vergüenza, mientras que aquel vampiro se reía a carcajadas.
-¡Qué malo! Tienes veintiún años Alejandro, ¿cómo me dices eso?
-¡Ajajaja! ¿En verdad me crees capaz de hacer algo así?
Decía de forma burlona poniéndose en pie.
-Eres muy niña para mi gusto, ni siquiera te han crecido los pechos y eso que eres casi una mujer, casi.
-¡Qué grosero Alejandro!, eres un tonto.
Soy la princesa de este reino, por si no lo recordabas, no puedes hablarme tan feo.
Replicaba Anyelik inflando después sus mofletes.
-Yo soy alguien sincero, no me gusta mentir, además, soy tu guardián, no puedes evitar que siempre ande cerca de ti, aunque...
Y sonrió mostrándole sus colmillos.
-Después de todo, sería difícil perderte de vista ya que siempre vas detrás de mí.
En aquel momento, Anyelik no pudo más, abriendo sus enormes alas con esos brillos anacarados, para escapar de los enormes jardines volando.
-¡Aaaah! Será posible, de nuevo se me escapa esta niña.
Entonces sacó sus alas negras para ir tras ella.
Las alas de los seres de este mundo, podía ocultarse, como si salieran del alma cuando ellos quisieran, además, atravesaban la ropa como mágicamente y eso que eran tangibles.
Al verla siendo perseguida por ese guardián, los guardias que cuidaban los alrededores de palacio, decidieron no intervenir.
-¡Anyelik! ¡Ven aquí! ¡No escaparás del poderoso vampiro Alejandro!
-¡No! ¡No quiero! ¡Déjame!
Anyelik volaba todo lo rápido que podía, sus alas eran muy grandes al ser hija de los ángeles más poderosos, aunque, aun así, era algo más lenta y torpe para volar.
Sentía que Alejandro la atraparía en cualquier momento y gritaba todo el tiempo.
-¡No! ¡Noooo! ¡No me persigas más aaaah!
-Ya estoy muy cerca pequeña princesa, vas a caer en mis oscuras garras.
Y cuando casi logra agarrar una de sus alas, unas largas cadenas se le cruzaron y le enroscaron con fuerza.
Allí había un bello ángel más o menos de su estatura, con el cabello un poco más largo, castaño y ondulado.
Sus ojos eran de un azul más claro, cristalinos, y con uno de sus brazos, sostenía ahora a Anyelik, como si la estuviera protegiendo.
-¡¿Qué mierda haces?!
-Proteger a esta ángel de un demonio como tú.
¿Cómo es posible que entraras en este reino?
Le decía muy serio ese ángel de alas muy blancas y grandes también.
-¿Crees que podrías conmigo tú solo?
Respondió Alejandro con chulería, como si no le temiera a nada.
Aquel ángel soltó entonces a Anyelik, pidiéndole que se colocara tras él.
-Pequeña, no te acerques a nosotros.
Y acto seguido, sacó una hermosa espada con su poder, liberando a Alejandro de sus cadenas.
-Ah, ¿pretendes manchar tu traje pijo conmigo?
Ese ángel, llevaba ropas de aspecto realmente caro estilo victoriano.
Era la moda de ese mundo, aunque no todos la usaban.
-No me importa eso ahora, venga, probarás el filo de mi espada si tanto lo deseas.
-Lo estoy deseando.
Ambos chicos estaban dispuestos a enfrentarse, mayor fue la sorpresa de ese ángel, al ver que Alejandro también sacaba una espada, aunque esta era negra y de un azul oscuro.
Sólo los seres más poderosos, podían crear sus propias armas con su poder interno.
A punto estuvieron de hacerse daño, fue por esa princesa, que pudieron parar en seco esa pelea.
-¡Nooo! basta, no os peleéis.
Realmente, Alejandro no estaba haciendo nada malo.
Joven ángel, no le dañes.
Le pedía con sus dos manitas juntas, mirándole fijamente con unos ojos demasiado tiernos, los cuales, parecían haber hechizado al ángel, que se había quedado como atrapado en ellos.
-Él... ¿es amigo tuyo?
Pudo al fin preguntar saliendo un poco de ese embrujo.
-Así es, es mi guardián, solo me perseguía para que no escapara de palacio.
-Entiendo, pido disculpas, pero, ¿cómo es que un demonio está en un lugar así de pura luz?
Alejandro le miró con desdén, con ganas de insultarlo, pero prefirió callarse al escuchar a Anyelik responder.
-No importa el origen de su nacimiento, un demonio, puede tener incluso, más luz que el ángel más brillante.
Y no pudo dar ninguna respuesta a esa princesa, pues rápido, esta fue junto a Alejandro, agarrándose a su brazo.
-Gracias por querer protegerme jeje, mi nombre es Anyelik y, ya debo regresar a palacio.
Terminó diciéndole, con una de las sonrisas más cálidas del mundo, aquel ángel, siguió sin darle esa respuesta, ella, ya se estaba marchando.
-Aaaah, ese ángel pijotero, me cae muy mal y eso que lo acabo de conocer.
Exclamaba Alejandro tomando su guitarra ya de regreso en los jardines.
-No digas eso, yo siento que era alguien bueno jeje.
-¿Qué pasa? ¿Te gustó no?
Bah, al final eres una chiquilla muy simple, te fijaste en su apariencia, eso seguro.
-¡¿Qué dices?! En esos momentos era en lo último que me fijaría.
¡Tonto Alejandro!
Y por poco le da un pequeño manotazo en su espalda, pero fue interrumpida por su hermano Mark.
-Hermanito, te juro que no iba a pegar a Alejandro, no tengas esa cara tan seria.
-Anyelik, anda, vamos con padre, él quiere hacer un anuncio importante mientras comemos.
Alejandro, vamos.
Anyelik fue a tomar la manga de su hermano, este era muy delgado, además se había llevado toda la altura por genética y para hablarle, siempre debía mirar hacia arriba.
En la gran mesa del comedor, todos esperaban en silencio la comida.
Anyelik sentía que algo se preparaba por la seriedad de su padre.
Y, al fin, cuando ya estaban servidos, la llamó por su segundo nombre, como siempre hacía él.
-Victoria, ya tienes diecisiete años, pronto serás una mujer.
Lo pensé por un tiempo, ya sabes, que tu hermano será el rey en un futuro lejano aún, aunque antes, deberá casarse y deberá convertirse en un mejor guerrero.
-¿Qué tratas de decirme papá?
Le interrumpió nerviosa, tanto, que no era capaz de comer, y eso que ella era muy comilona.
-Como no tienes el suficiente poder como para reinar en este cielo, en un tiempo, te casarás con el príncipe del segundo cielo, él, es un ángel poderoso, que te enseñará a usar de una vez tu potencial mágico.
-¿¡Quéé?!
Gimió levantándose de golpe, eso sí que no se lo esperó.
-¡No! ¡No quiero! ¡¿Por qué?!
Seguía gritando muy molesta.
-¡¡Victoria!! ¡Basta! ¡Siéntate a comer!
Esta tarde le vas a conocer y no me vengas con tus escapadas.
Anyelik ya no podía soportar más aquello y se marchó del gran comedor, corriendo por esos pasillos, subiendo por las escaleras para ir a su cuarto.
Alejandro se había quedado un tanto serio en esos momentos.
En su habitación, esa princesa lloró como nunca.
Su sueño ahora, era ser para Alejandro.
Estaba completamente enamorada de ese vampiro.
No quería a nadie más, o, eso pensaba a veces, ya que, a menudo, a solas en esas cuatro paredes, hablaba y más hablaba en alto, sintiendo que alguien la estaba escuchando.
Ella, lo llamaba el ser invisible, pero, no había sido capaz de contárselo a nadie.
-Ser invisible, no puedo más, te necesito, abrázame.
Yo, yo... no lo soporto, si pudieras sacarme de este lugar y llevarme contigo.
Le imploraba con toda su alma, y tuvo la sensación de que alguien la estaba rodeando, algo cálido, como si ese alguien, quisiera detener sus lágrimas.
-Cuando tengo esas horribles pesadillas, puedo ver tus ojos azules que me sacan de ellas.
Si pudieras sacarme del mundo real, yo, es que...
Y tuvo que sonar su naricita de todos los mocos que tenía.
-Me casaría contigo, aunque, también me gustaría con Alejandro.
¿Por qué nunca te muestras ante mí?
No me importaría tu aspecto, estoy segura de que eres demasiado lindo.
El calor que sintió de golpe, fue muy intenso, pero, después, este se alejó.
Poco a poco se fue calmando, pero aún, no quería ver a los ojos de su padre.
Alejandro, estaba justo afuera, al lado de su puerta.
Sabía que ella había estado llorando ya que pudo escucharla un poco, aunque no la conversación con el ser invisible.
Y ahí, sentado en el suelo, se hundió en sus recuerdos, cuando era un adolescente de catorce años y acostumbraba a escaparse a un bosque del reino de la vida, también se le llamaba así a todo lo que estaba afuera de los infiernos.
Fue ahí, cuando se enamoró de esa dulce voz.
La escuchaba cada tarde, a escondidas.
Esa joven de diez años, esa princesa ángel, que igual que él, huía de su hogar, pero nunca, fue capaz ni de tocarla un sólo pelo.
Solo la miraba a escondidas, viendo como jugaba sola con animalillos del bosque, el cómo cantaba con su delicada voz.
Y fue ese día, que ella se quedó dormida sobre la hierba, fue el día en el que ya no pudo más, acercándose con cuidado, colocándose sobre ese bello ángel para mirarla muy de cerca.
Su belleza era inusual y sentía, como si fuera un ser divino y hermoso hecho para él.
Estuvo tan solo a unos milímetros de acariciar su mejilla y darle un beso, pero un conejito que saltó de pronto, le asustó y este, se alejó corriendo antes de que ella le descubriera.
Ya estaba atardeciendo y se acabó quedando dormido allí sentado.
Fue ahí, cuando Anyelik al fin salió de su habitación, encontrándosele con sus ojos cerrados.
-Alejandro...
Y se agachó para mirarle de cerca.
-Alejandro, perdóname, yo, debo huir, aunque te ame.
Tras su despedida, se metió en los baños masculinos que había en esa planta, por suerte no había nadie bañándose, así que, volando hasta el techo, movió un poco, una parte que parecía estar desprendida y por allí se coló, aunque tuvo que guardar sus alas para poder entrar entera.
Ese hueco la llevó hasta arriba por donde pudo escapar.
Era el lugar por donde siempre lo hizo, y se sentía afortunada de que no se hubieran percatado de que estaba roto ese trozo del techo.
Revisó que no hubiera guardias cerca, aunque por suerte, esa era la parte menos vigilada.
Voló entonces, hasta la nube rosada que había sobre ella, pensando, que podría escapar, pero, no imaginó encontrarse con su hermano saliendo de tras esas nubes.
-¡Mark!
-Lo sabía, sabía que lo intentarías, ven aquí anda.
-¡No! ¡No quiero Mark!
Fue a escapar de él, pero este volaba mucho más rápido y la atrapó.
-Tonto, a caso, ¿no me entiendes hermanito?
-Anyelik, lo sé, lo sé muy bien.
Y por unos momentos, se quedó en silencio, este la retenía con una actitud calmada.
-Anyelik, el amor, no es para nosotros.
Es nuestra condena al ser parte del primer cielo.
-Mark, es, ¡es injusto!
¡¿Deseas ser igual que nuestros padres?!
Solo ve la indiferencia de mamá con el tonto de papá.
Así nadie es feliz.
Mark entonces, la abrazó más fuerte aún.
-El amor, quizás no existe realmente.
Tengo veinticuatro años, y desde que tengo uso de razón, jamás he sentido eso en mi alma.
Lágrimas regresaron a los ojos de Anyelik que parecía estar rindiéndose.
Después, este la liberó para secar esas mejillas.
-No puedes dejar que tu prometido te vea toda roja del llanto.
-Qué me importa eso Mark, mejor si se lleva una mala imagen de mí, si me ve así fea, huirá.
Mark entonces, le dio unas suaves caricias en su cabecita.
-Mi pequeña hermanita es una chica muy bonita, incluso cuando llora.
Venga anda, bajemos ya, él está esperando desde hace rato.
Anyelik se fue calmando, su hermano a menudo parecía frío, siempre siguiendo las reglas del reino, pero, en ciertos momentos, era muy cálido y protector con ella.
En el baño de su habitación, se lavó su carita, y después, se puso uno de sus vestidos elegantes para ir a conocer a ese príncipe.
Lo último que quería era mostrarle una buena cara, pero, no tenía más remedio.
Menuda fue su sorpresa, al ver que allí, en el gran salón, estaba nada más y nada menos que ese ángel apuesto de ojos cristalinos que antes había querido protegerla.
-Anyelik, volvemos a encontrarnos, yo, soy Gabriel, el príncipe del segundo cielo.
Continuará...

Texto agregado el 11-07-2022, y leído por 130 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-07-2022 Tu historia más que novela parece un cuento largo. Mujeres y hombres alados, demonios vampirezcos y un mundo irreal falto de descripción. A pesar de todo, el amor mueve tu relato, aunque los protagonistas no lo reconozcan. Me gustan este tipo de relatos. Un abrazo. azariel
 
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