Ante la hoja en blanco y bolígrafo en mano, intenta que se le ocurra alguna buena idea para escribirla. Pasados cinco minutos sigue igual, sin anotar una sola palabra. Entonces la hoja le exige: escribe, escribe ya, que tengo hambre de tinta, estoy en blanco desde que te aplastaste ahí sin hacer nada. Se asusta, pero empieza a escribir cualquier cosa, alguna tontería, así completa diez líneas. ¿Nada más?, reclama la hoja, ¿crees que con diez tristes líneas quedé ya satisfecha?, te dije que tengo mucha hambre, escribe más, mucho más. Continúa apresurado escribiendo vaguedades hasta llenar la hoja con letra pequeña. Para, para, clama la hoja, por tantas palabras ahora me duele la panza y no puedo ir al doctor. El que escribe pone cara compungida, pero para sus adentros ríe feliz. |