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Pudo ser Valdivia, un tipo greñudo que transitaba con paso bamboleante por las casi solitarias calles de la comuna. La rojez de su rostro delataba su compulsión por el licor, trasegado casi con furia por su sed inapagable. Vivía de las limosnas de los vecinos y del desprecio de su familia, intolerante ante el oprobio que uno que llevaba en sus células una cuota de su estirpe, desprestigiara de tal modo a los suyos. Por cierto, el alcoholismo traspasa fronteras entre la razón y el descrédito y esto sucede en las grandes familias y en las que sólo se amparan en el rimbombo de un apellido. Nada novedoso, por supuesto. Vestido con un overol paquete de vela, como se denominaba en aquellos años a un cierto color azuloso, zigzagueaba por las picoteadas veredas y ya era parte del escenario cotidiano.
Poco hablaba, extraviada su lengua entre los sopores del licor y sólo sonreía. La gente, que comprendía que era un remiso de la existencia -un ser que en condiciones normales pudo “ser otra cosa”, como decía mi abuela- le donaba algunos centavos, destacándose que pese a su miseria conservaba un rasgo de elegancia.
-Este hombre bien peinado y afeitado, no sería nadita de feo. Yo le encuentro un tremendo parecido con Tyrone Power. Allí se le nota que viene de buena familia- aventuraba ella a sus amigas, las que, obviando el ninguneo sin intención expresado a su estirpe, concordaban entusiastas con sus dichos, intercalando sus “¡que pena!” con sus suspiros.
Los Valdivia, apellido que tan bien sonaba entre tanto González, Soto y Pérez repartidos a granel, vivían en una enorme casona que se destacaba entre las demás, precisamente por su tamaño. Con el “guatón” Valdivia, sobrino del mencionado más arriba, disputábamos encendidas pichangas en plena calle.
Para los niños, el familiar aquel sólo era El Valdivia, un individuo al que debíamos evitar porque no conocíamos sus intenciones, aunque todos comprendían que él era un ser muy pacífico y que necesitaba embotar su cerebro para olvidar quizás qué pena.
Pudo ser Valdivia el tipo que terminó desmembrado tras el paso del tranvía de San Pablo. Todos imaginaron la tragedia cuando el pobre ser se perdió de vista, quedando su imagen estampada en la mente de los que lo extrañaban tal si fuese una porfiada huella en la retina. Las comadres se consumían en la incógnita pero nadie se atrevería a consultar la noticia acudiendo a la puerta de las estiradas Valdivia. A lo más, vigilaron sus salidas para averiguar si el luto en sus vestimentas les entregaba alguna señal. Pero todo se desenvolvió en la más absoluta normalidad no surgiendo atisbo alguno que satisficiera tanta curiosidad.
Bastante tiempo transcurrió y la gente se olvidó el asunto. De repente, más de alguno mencionaba al finado Valdivia resurgiendo las dudas. Con respecto a la familia, casi un feudo dentro de los más humildes, ni el “Guatón Valdivia dio luces sobre el asunto.
Una noche cualquiera de invierno, entre los visillos de la niebla avistaron de nuevo su figura singular. Se supone que el hombre fue ingresado en algún sanatorio para sacarle del cuerpo ese demonio etílico. Vano afán puesto que después de largos meses nada pudo aplacar esa sed visceral suya, regresando al exacto punto desde donde intentaron rescatarlo.
Un par de años después, lo encontraron derrumbado en una esquina, mezclado el azul de su eterno y ya gastado overol con los oscuros manchones de su propia sangre. Se había intentado suicidar con el gollete de una botella y ya entregado a sus demonios, sólo gemía y mascullaba palabras sin sentido. Fue llevado de urgencia a la posta más cercana para desaparecer una vez más de nuestros ojos.
Nunca más supimos de él, siendo esta una historia con un supuesto final. Ya perdido para su familia y a expensas de su vicio, poco más pudo haber transitado por las calles del barrio, si ya su cuerpo estragado le había reclamado tanta miseria. Es posible que alguna cirrosis le haya pasado la cuenta y deslavado sus facciones hasta arrebatarle el último rastro de esa dignidad tan estropeada, contaminando su sangre casi aristocrática que alguna vez recorrió briosa y ufana por su cuerpo.













Texto agregado el 11-07-2022, y leído por 214 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
13-07-2022 La adicción es una enfermedad. Es incurable, se puede ser adicto a diversas cosas, solo que algunas de ellas, destruyen, hay que tener mucha voluntad y un sol que te ilumine el alma para poder manejar semejante desgracia. Jaeltete
12-07-2022 Qué bien que cuentas esta historia, Gui, porque el alcoholismo hace estragos, no reconoce edad, posición social, prestigios, renombre y cualquier otra cosa, y muchas veces se lo toma como algo meramente circunstancial de unos pocos. Muy bueno tu relato. Un abrazo Shou
12-07-2022 Las veredas transitadas por Valdivia seguramente fueron tortuosas, cuando empiezan a hundirse en esa existencia fangosa, es muy difícil rectificar. Cinco aullidos abstemios Steve
11-07-2022 Tus textos me resultan tan disfrutables. Queda una sensación de tristeza al leer tus letras, bueno, los excesos provocan aquello, da para una reflexión lata, sin duda. Gracias. gsap
11-07-2022 Triste tu historia como la de muchos. Pude ver a Valdivia y su overol con la claridad que traen las buenas descripciones. Me gustó mucho. Abrazo. MCavalieri
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