Cuando al fin pudo pasar y la vio, quedó muda por el espanto. La mujer tenía la uñas más largas que viera en toda su vida. Asustaba, con sus cabellos enredados, llenos de nudos (y vaya a saber qué tipo de fauna), apelmazados y opacos después de meses de andar resecos y sin jabón. Con esos ojos, dos diabólicos carbones encendidos, y una mueca torcidamente sardónica por boca. Pero más que cualquier otra cosa, ¡esas uñas! Llegaban más allá del piso, se enroscaban en sí mismas, caracoleaban palpitantes como entes individuales. Las miró de refilón, para que la otra no se diera cuenta de su asombro, de su mudez repentina, de lo pálida que se puso. Trató de encontrar su voz, o al menos una voz cualquiera, pero no la pudo hallar. Mientras la miraba, se dio cuenta que el vientre le crecía y crecía. Supo que había logrado absorber mucho del sufrimiento en las horas que estuvo parada por afán de curiosidad, en la sala de espera, al lado del conjunto de afligidos, desesperados y dolientes, y volvió a preguntarse qué diablos hacía ella entre todos ellos, seres tan necesitados de luz.
Carraspeó, y en el acto, un rubor invadió toda la piel de su cuerpo, de los pies a la cabeza, como avergonzada de su vergüenza y de no encontrar la manera de hacer pié para salir del atasco. Sin embargo “Uñas” la salvó, al dirigirse a ella:
-Ven, estás repleta de Magia Negra que ni siquiera es tuya, te limpiaré, no tengas miedo.
Se paró justo en el lugar señalado por uno de sus dedos en garra. Le hizo cerrar los ojos, aunque el temor convirtió su carne en un tembladeral y un sudor helado la recorrió entera, forzándola de algún modo a entreabrirlos. Casi cae redonda al piso cuando vio claramente, cómo la bruja ponía las yemas de los dedos dentro de su boca (mientras las uñazas, obedientes, se apartaban colocándose de costado) y sacaba por dentro de ella, toda clase de bichos inmundos. Simplemente no pudo creer que llevara tal carga de sapos y culebras. La garganta se le cerró en un fuerte espasmo, pero la otra siguió extirpando bicharracos. Su vientre se fue deshinchando. Al rato pareció mermar el contenido, hasta que de pronto, tal como empezó, dejaron de salir, y la bruja se dejó caer con un resoplido de cansancio, en un sucio sillón con los resortes vencidos, hundida hasta el cuello con el bicherío que inundó la habitación. Por suerte eran silenciosos, no croaban, ni reptaban. Los observó cuidadosamente, parecían vivos, tenían los ojos abiertos, pero no transmitían una sensación de realidad, no sentía que realmente estuviesen vivos. Eran como de tres dimensiones, pero vacíos, sin tripas. Tenían la piel brillante, como estirada, con color pero sin sustancia, sin materia, huecos en una palabra. La bruja parecía estar en su salsa,como un bicharraco más entre todos. Mientras observaba, de pronto, percibió cómo un par de suaves y amorosas alas, se posaban desde atrás en sus brazos, transmitiendo cuidado, amor y sanación.
Como un volcán, surgió en ella una fuerza poderosa, y tomó consciencia que si había sido capaz de crear todos esos bichos y hasta a la mujer de las uñas espeluznantes que la miraba fijo, bien podía crear a partir de ese momento, una vida sin miedos, protegida por la fe en sí misma. Miró de frente a la bruja y a los bichos, destellando compasión, y dio media vuelta alejándose para siempre de esa trampa. Se encaminó hacia la puerta, sin saber que el par de alas eran de ella.
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