EL AMOR DE ABERTO
Esta obrita está inspirada en un hombre bohemio que en su momento de soledad y tristeza llega a su vida un incentivo. Es una joven que por la incomprensión y falta de cariño de su padre huye de su casa y el destino la lleva a parar casa de él, donde se enamoran y viven su romance dentro de un ambiente real de la naturaleza.
Y así termina el prefacio y la autora se adentra en su obra para dar vida, rasgos y emociones a sus personajes.
Bajo la lluvia callada, con sus pensamientos como mariposa buscando la luz se encontraba Alberto, hombre bohemio y solitario, contemplaba una habitación llena de obras de arte. Los lienzos y pinceles se veían regados en aquella habitación desordenada.
Se sentó en un diván y revivió como en una cinta grabada en su mente, su propia película. Él era un ser, abstraído, confundido, por esa vida que había llevado con tanto desorden. No conocía de privaciones, pero sin embargo se sentía terriblemente sólo; en ese mismo instante lloró y sacó todo el dolor que llevaba por dentro.
Unos toquecitos a su puerta lo sacaron de sus pensamientos. Ese día llovía y él se apresuró abrir, delante de su puerta estaba una joven titiritando de frio, la hizo pasar y ella no podía hablar, sus dientes estaban como trabados, él encendió la chimenea y amablemente le ofreció una toalla para que se secara.
Pasados unos minutos ya la joven no temblaba, su cuerpo había entrado en calor. Él le preguntó ¿será que usted puede hablar ahora? Si, le respondió ella, ya entre en calor el frio me estaba matando. ¿Me podrá decir su nombre, por favor? Si, me llamó Carolina, toqué esta puerta porque me estaba mojando, en realidad vengo para la casa de la hermana de mi madre, que está al lado, pero al parecer no hay nadie. Es verdad Señorita, decía Alberto; su tía hace una semana que viajó a Europa, ella vino a despedirse de mí. Esa noticia perturbó a Carolina, pensando, que haría ella en una Ciudad extraña, no quería volver a casa de su padre. Alberto notó la preocupación de Carolina -y le dijo- la siento preocupada ¿le pasa algo? Si, en realidad vengo huyendo de mi regio padre, he vivido una infancia solitaria, mi padre no me comprende, vive encerrado en sí mismo, nunca me deja salir, me tiene prisionera en mi propia casa no sé qué es estar en contacto con la vida y la naturaleza. Él la miro con dulzura, y sonriendo le dijo, llegaste al sitio ideal.
Te voy a enseñar las cosas buenas que tiene la vida, y no te preocupes, porque puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, serás mi huésped y una hermosa compañía. Se lo decía de una manera tan franca, que ese hombre desconocido le inspiraba confianza.
Alberto empezó hablar de él para entrar en confianza. Le dijo que era pintor, quería que ella se sintiera cómoda.
Carolina mirò las obras de arte, y admiro la manera de como él las plasmaba en su lienzo. Las imágenes se veían tan reales, que era como que èl le diese vida a las obras. Estaba concentrada mirando las obras, cuando Alberto le dijo: debes tener hambre, ahorita te prepararé algo de comer. Se metió a la cocina y buscó en la dispensa, tenía solamente enlatados, como vivía solo se las ingeniaba para preparar cualquier cosa a la hora que estuviese hambre. Le ofreció un enlatado y reía diciéndole, no soy un buen anfitrión, pero tratare de serlo.
Pasado un intervalo de tiempo, Alberto le preparó la habitación de huésped que tenía para recibir a cualquier amigo que lo viniese a visitar. Se esmeró en arreglarlo de manera que Carolina se sintiera cómoda.
Al siguiente día fueron al Supermercado y con ayuda de Carolina compró todo lo necesario para llenar la dispensa.
Al llegar a casa, ya habían entrado en confianza, conversaban animadamente y sin darse cuenta se contaban algunos pasajes de sus vidas. Carolina se puso ropa cómoda, se metió a la cocina y le preparó un exquisito plato. ¡Oh, que buen huésped, eres! -Decía Alberto riendo- si es así, que me siga lloviendo huéspedes - ja, ja, ja- estoy bromeando Carolina.
Después de haber almorzado y reposado la comida. Con voz impregnada de sutileza, -Alberto le dijo a Carolina- me encantaría que me acompañaras a los lugares donde suelo inspirarme para realizar mis obras. Carolina con profundo respeto y afecto aceptó. Se cambió de ropa y salieron. La llevo a un parque donde ella disfrutaba y se deleitaba observando el hermoso parque. Ellos se cruzaban las miradas y él le veía los ojos como un espejo que reflejaba la belleza de su alma; la tomó de la mano y le enseñaba unas estatuas de bronce, el cual ella admiró la belleza del arte. El corazón de Carolina rebosaba de felicidad. Continuaron caminando en ese parque rodeado de jardines con un olor a esencias mezcladas de diferentes especies de flores; había árboles donde se oía el gorjeo de los pájaros acomodándose en sus nidos. Dentro de ese parque había un lago artificial que a Carolina le llamó mucho su atención, donde se podía apreciar unos botecitos que flotaban suavemente y se oían las fantásticas risas de los niños que lo conducían. ¡Alberto, Alberto! exclamó Carolina, ¡mira, mira los niños! que tiernos, como me hubiese gustado que en mi niñez mi padre me hubiese llevado algún parque. -No te pongas melancólica Carolina- no quiero ver esos ojitos tristes, disfruta del momento, quiero verte feliz -le decía Alberto- y tomándola de la mano la acercó a él susurrándole al oído, tienes unos ojos preciosos y son como mis dos luceros que alumbran mi sendero, no quiero que esa bella lucecita se me apague ¡Alberto! Se te ocurren unas cosas. ¿Acaso no te gusta que te diga esas cosas mi dulce princesita? Si, pero me muero de vergüenza, le decía Carolina poniéndose colorada.
Mientras tanto en otra ciudad se encontraba el padre de Carolina. Don Enrique Suarez, hombre regio. Lamentaba la pérdida de su hija y la carencia de cariño que no se supo dar a aquella chiquilla que lo había amado tanto, pero él se sentía impotente amargado, ahora estaba arrepentido, no sabía el paradero de su hija, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas en ese rostro envejecido por los años. Recordaba el momento cuando una luz rosada titilaba en la puerta de un quirófano donde estaban interviniendo a su esposa. Él caminaba de un lado a otro una emoción lo embargaba era su primer hijo que iba a nacer.
-Don Suarez, Don Suarez- salió una doctora de quirófano llamándolo; él se apresuró atenderla. Ella con su rostro descompuesto le dijo - lo lamento - su esposa acaba de morir y dejo una hermosa niña. Don Suarez se puso las manos en la cabeza y luego empezó a dar puñetazos a una puerta que estaba al lado del quirófano -había tenido una crisis nerviosa-
Grande era su dolor que en ese momento no pensaba en ese frágil cuerpecito que acaba de nacer, su tez era blanquísima, con un color rosado en sus mejillas. Los médicos lo llevaron a una habitación y lo sedaron. Cuando despertó vio su triste realidad, tendría que criar a su hija solo y eso lo llenaba de impotencia contra la vida, pensando que con él había sido injusta.
Carolina gozaba del cariño y las atenciones de Alberto que empezó amarla en silencio, esa linda joven le había venido a dar un poco de alegría en su momento de soledad y tristeza.
Alberto, te ordené la habitación donde tienes las obras de arte, son demasiadas bellas para que las tengas en desorden, le decía Carolina con su suave voz, que a él lo trastornaba. -Está bien- le contestó él, aquí necesitaba a una hermosa princesa, que me recordara lo desordenado que es un hombre solo. Ja, ja, ja, no es para tanto, le decía ella riendo animadamente. A propósito, Alberto ¿dónde iremos hoy? Es una sorpresa, ¡sorpresa!, me encantan las sorpresas. Entonces cámbiate de ropa, que te voy a llevar a un sitio donde voy a pintar un paisaje que te va a encantar.
Cuando salieron, Alberto gentilmente le abrió la puerta del carro y al ponerse al volante correo a toda velocidad, rumbo al sitio donde llevaría a Carolina.
Al llegar al sitio, se podía observar la impetuosa Catarata como que en lluvia de diamante se desataba. ¡Que belleza! exclamaba Carolina, estaba perpleja ante tanta belleza.
¡Carolina!, me encantaría que te cambiases de ropa y poses para mi frente a la Catarata, decía Alberto. ¡Que, qué! Exclamó Carolina, abriendo los ojos, sorprendida ante la propuesta de Alberto.
No te alarmes le decía Alberto, no te dije nada, pero te compré un hermoso traje para esta ocasión, quiero lucirme con el lienzo y los pinceles, haciéndote un lindo cuadro.
Carolina accedió. El traje era de color azul cielo, pero muy transparente, que tendría que utilizarlo con un diminuto traje de baño. Se soltó el pelo resaltando su juvenil y exótica belleza.
¡Carolina!, exclamaba Alberto, ponte en la brisa y has como que vas a tocar el agua. Carolina haciendo lo que él le pedía posó para él.
Alberto plasmó en su lienzo la Catarata y la imagen de Carolina dentro de unos rayos de luz, como reflejando la belleza interna de ella; era como que él pensase que también le pintaba la inocencia y hermosura de su alma.
Continua…
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