Alguna vez mencioné a ese humilde empleado de servicios menores del hospital que cada día realizaba sus labores ensimismado con las melodías que se escapaban de su boca y que a sabiendas de su precariedad las imaginaba resbalándose sinuosas y anónimas por las húmedas paredes de los baños.
Era asunto de coincidir con él en cualquier lugar para que con un brillo especial en sus ojos me diera a conocer su nueva creación. Las tarareaba, indistinguibles unas de otras y yo sólo escuchaba con atención. Las letras eran simples y encuadradas por lo general en el ritmo sincopado de un bolero:
Yo te quería y siempre lo supiste
en esa noche azul yo te miré a tus bellos ojos
me despreciaste, malvada y te reíste en mi cara
amor tan puro botado en el tiesto del olvido…
Siempre me pregunté si este señor gozaba de una memoria prodigiosa, porque sin que anotara sus creaciones en algún cuaderno, las desplegaba en su reducido escenario. O bien, eso sospecho, las improvisaba y como todas eran similares, sólo era cosa de inventar la letra. El asunto es que un día era un bolero que transitaba por los dolorosos pasajes de una traición y al día siguiente otro bolero que se rendía ante el amor más puro y sublime. Las melodías no se diferenciaban mucho una de la otra, pero él las interpretaba con una pasión que me obligaba a escucharlo con dedicación. Cerraba su actuación, con la exacta brillantez de sus ojos, preguntándome si me había gustado y claro, yo mentía un poco y agrandaba el mérito de esas obras que suponían algo de talento y mucho amor por la música.
Nunca supe si lo suyo trascendió de alguna manera en los diversos escenarios que pudieron surgir dentro de su ámbito. Eran días cercanos a la dictadura y los más humildes fueron los que sufrieron las más atroces pesadillas. Es posible que sobreviviese con sus creaciones cantadas a la media luz de una esperanza, con otros auditores prestando oído a sus amores imposibles. Acaso, sus temas fueron incautados y puestos bajo la lupa de la inquisición, ya que eran tiempos en que la sospecha oteaba en todas direcciones, buscando atrapar entre sus garras algún mensaje oculto, el olor a pólvora de una asonada, un posible germen comunista.
Te amé, malvada, serpiente venenosa,
te reíste en mi cara, como siempre y
huíste de mí, que te adoraba como diosa
los días se me apagan a plena luz
por tu ausencia…
Nunca olvidaré ese mencionado particular brillo de sus ojos, en donde se conjugaban la emoción más pura y el entusiasmo inclaudicable por ese oficio de artesano de sus propios sueños.
Tampoco olvido a don Alberto, un señor quitado de bulla que realizaba sus humildes labores en absoluto silencio. Saludarlo era un desafío pues sus ojos huidizos por lo general se enfocaban en sentido contrario al que se aproximaba. Alguna vez intentaba una mueca que uno podía traducirla como sonrisa. Eso bastaba para que uno comprendiera que los invisibles hilos que forjan una sonrisa en su caso se bifurcaron por rumbos distintos.
Su mayor osadía fue dejarse unas patillas enormes que parecían chorrearle por sus mejillas. Intuyo que tomar esta decisión debió sumirlo en multitud de sinrazones, temores y vacilaciones. Sin embargo y por una extraña razón, su carácter tuvo un vuelco, ganó confianza y sus muecas apenas traducibles se transformaron en sonrisas más abiertas.
Un día me topé con él arriba de un bus. Viajaba junto a una señora mucho mayor. Tuve el poco tacto de comentarle después esta situación y preguntarle si la que lo acompañaba era su madre. Un silencio breve pero que presumo que para él debe haber sido eterno, dio paso a una fría respuesta: -Es mi esposa.
Desde entonces, preferí callar y evitar situaciones complicadas a mis interlocutores. La Juventud es gloriosa, pero tiene el deber de irse forjando senderos que conduzcan más tarde a tan siquiera una modesta sabiduría.
A ambos personajes les perdí de vista más tarde y sólo espero que hayan logrado forjarse un futuro a pesar de todos los inconvenientes trazados por las circunstancias. Uno, con las melodías tarareándoles en su alma de artista sin mayores ambiciones y el otro, navegando a contrapelo con las limitaciones impuestas por la vida. Y como esta es tan proclive a darse vueltas radicales, sólo espero que hoy existan y hallan logrado siquiera una parte de sus sueños. Cada cual a su manera.
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