Sencilla felicidad
Sergio Ortiz tenia tantos deseos de desarrollar su carrera de escritor y triunfar en ella, que decidió abandonar las comodidades de su apartamento y dejar atrás el jolgorio citadino, el internet y otros avances tecnológicos, para retirarse por una temporada en la vivienda que tenía en la zona sur del país.
Colocó en su bulto unas ropas ligeras, llenó su maletín con papeles y lápices suficientes y salió con la idea de trabajar sin interrupciones en su remoto paraíso, una cabaña ubicada al pie de un riachuelo, en la cercanía de un bosque. Allí, en compañía de la música de su radio de baterías y del canto de las aves, emprendería su labor; trabajaría sin descanso y no regresaría a la ciudad hasta que concluyera su novela.
Llegó al caer la tarde. Las últimas luces del ocaso apenas le permitieron preparar algo ligero para cenar y acondicionar un rincón para trabajar desde el día siguiente. Luego se acostó con la ilusión de comenzar su labor tan pronto despertara.
Al salir el Sol, lo primero que hizo fue repasar el guion que había traído desde la ciudad, al que dedicaría toda su energía para obtener los resultados deseados.
Pasaba largas horas escribiendo. Disfrutaba trabajar en aquella mesa repleta de papeles donde planteaba las situaciones que concebía por las noches, así como los diálogos de los personajes. Los leía y corregía una y otra vez hasta considerar que estaban suficientemente claras para ser bien entendidas por los lectores.
Así, durante de varios meses tejió una trama fabulosa hasta que llegó al desenlace final. Entonces regresó a la ciudad con el maletín cargado de sus manuscritos y en su corazón la satisfacción del deber cumplido.
Mandó a digitar y a imprimir la obra y diligenció su publicación.
La noche de la puesta en circulación, la presencia del público fue tímida, y la venta casi nula. La prensa fue apática y solo un medio cubrió el evento.
En los días siguientes, ante este aparente fracaso, Sergio regresó a la cabaña. En esta ocasión, se tomaría un asueto para decidir si emprender otro proyecto que abordaría con el mismo entusiasmo del anterior.
Tomada la decisión, concentró en él todas sus energías, pues pensó que, sin importar cuán exitosa resultara su esfuerzo, en el tiempo que pasaba en aquel lejano lugar había aprendido que su felicidad era mayor en los momentos que vivía, lápiz en mano, hilvanando tramas e historias, por cuya entrega a esa labor cotidiana su espíritu se sentía pleno.
En esta nueva etapa de su vida comprobó un enorme regocijo por trabajar en lo que le apasionaba, que disfrutaba en soledad de su remanso de paz, lejos del tráfico urbano, de las noticias tristes, de las competencias absurdas y las contradicciones de la gente.
En aquel remoto refugio, en contacto con Dios y con la naturaleza, rodeado de sus manuscritos, con la caricia del rumor del bosque y el calor del fuego de la chimenea, había descubierto el secreto la felicidad que le acompañaría hasta el fin de su existencia.
Alberto Vásquez. |