Somos caldo de cultivo
para el desmadre de la población;
silentes antagonismos nos engañan
cual si fuéramos marionetas
y no sabemos reconocer
que el canto, la nube y la noche
nos abrazan fuerte, cada día.

Somos avatares del miedo
escondidos tras bambalinas,
refugiados en el hambre y el asco,
abarrotados en el silencio.

Entonces, ¿seremos mártires de nuestra propia falta de astucia?
...del devenir incesante de un corazón dormido?
¿Nos volveremos de piedra?
¿O es que acaso la llama que alguna vez sopló su encanto
sobre las naves de nuestros ojos
nunca ha sido,
realmente,
extinguida?