Hoy, después de ver el resultado de que
mi madre con sus ochenta años
tiene Covid,
la incertidumbre es mí nuevo hogar
y a pesar
de todos esos colchones que ponemos por supervivencia
ante la posibilidad de una caída,
no se puede evitar
una angustia que, al igual que yo,
también cambió de territorio instalándose
en mí tórax.

El tiempo no se siente igual,
parece torcerse y doblarse ante
la necesidad y la desesperación de
querer empujar las horas
para que pasen como un impulso
a la velocidad de la compulsión.
Entonces, los relojes
pasaron a ser una droga de la cual no puedo
prescindir.

4 de la madrugada y aún no cierro los ojos que cada tanto,
miran el reloj colgado en la cocina como uno de esos tantos relojes que a diferencia de otros,
parecieran haber sido fabricados
con algún otro propósito.
Relojes
para los que no duermen,
Relojes
para saberse tarde,
Relojes
y su círculo mortal.

Y para el corazón, solo sus agujas.
Agujas y nada más.