Sonsonetes ancestrales
me vienen a avisar
que el cambio,
que el aire,
van a reventar.
Las dinámicas de la astucia
que pide la melancolía
cuando se disuelve.
El permitirse florecer
desde la nada;
la aparente nada.
El sinsabor del juicio
me amarga las entrañas
y el dolor del caos
me revuelve,
invitándome, sano,
a la barbarie de las novicias calmas,
esas que seguiré cultivando
al amanecer.
Desde el terreno más largo
y alto,
resuenan las voces del silencio,
demorando el letargo,
apurando al cielo
en afán de gloria,
en conquista del absoluto
imposible,
dormido posible,
sensación terrible,
ocaso,
noche,
penuria,
sencillo y normal atardecer,
acompañado del tiempo. |