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Nunca imaginé que aquel viejo aserrador, diestro en trepar a los árboles, fuese el danzante. Llegaba muy de mañana para aserrar el árbol. Es el oficio que aprendió y sabe del quehacer: una tabla serruchada mide una pulgada por cualquier lado. Lo hace a escondidas de los militares, por encargo de los pudientes. Es un trabajo duro que lo contrapone con sus emociones, por lo que murmura en su dialecto un rezo de perdón al Señor del Monte.
Es una sierra manual que reclamaba un ojo aritmético y un pulso fino para mantener la dirección del corte. Dejaba a un lado el ruido del roer de la madera y su oído lo concentraría en el sonido de voces lejanas o pisadas de caballo.
Siempre lo miraba con sombrero. La frente ls tiene surcada por hondos canales que enmarcaban unos ojillos que veían más cuando los entrecerraba. Tenía una carnosidad que amenazaba con invadir la pupila o brincar sobre ti. Por la tarde frecuentaba la iglesia y, al saludarlo, su mano era una pinza de callos.
La gente se arremolinaba al son monótono del tambor y el violín. Atisbé entre hombros. Estaba el danzante en el centro, con una máscara, y en cada ángulo había un bailador. Movía hombros y piernas con la gracia y la elasticidad de un potro. Se acercaba hasta quedar enfrente de cada uno y bajo el son de la música estremecía su cuerpo, lo hacía temblar y con armonía danzaba saltando de una esquina a la otra. Finalizaba en soledad. Se hacía irreal, sin tiempo, y era un espíritu libre. Poco a poco doblaba su cuerpo; caía y con estertores moría. La muerte coincidía con la nota aguda y lastimera del violín. El público lo miraba sobre el suelo, como viendo parte de su vida en el payaso. Luego, cada persona seguía su camino y regresaba el griterío de los ambulantes.
Un día lo encarcelaron los soldados. Al año volvió a aserrar; sólo que ahora lo hacía por encargo de la autoridad; nadie como él para sacar la tabla: tan recta, tan limpia. Cuando llegaron de nuevo las fiestas, aquel payaso con cuerpo de potro y alas de colibrí, ya no daría más saltos de felino.

Texto agregado el 10-06-2022, y leído por 148 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
11-06-2022 Bonito relato, me encantò pasar a leerlo y disfrutar de su lectura. Saludos! Mayte2
11-06-2022 Qué hermosura de relato. Hay tanta belleza en su contenido y en la forma en que está escrito. Felicitaciones! Un abrazo, Sheisan
11-06-2022 Qué historia, Sende querido, entre divertida por momentos y triste también en otros momentos. Tengo la sensación de que ese aserrador danzante guardaba para sí cierta tristeza, un abrazo, me gustó tu texto Shou
11-06-2022 Me atrapaste Rub querido,no es raro, tus textos tienen siempre esa forma y fondo que lo hacen. Me encantó***** Besitos... Victoria 6236013
11-06-2022 Me gustó mucho en su esencia y también en su narrativa más cuidada. Bien!!! MujerDiosa
10-06-2022 —Puedo pensar que tras esa frente ceñuda y manos callosas del viejo aserrador se escondía un artista que con su arte libre y un disfraz de arlequín incidía en lo profundo del espítu de los espectadores de su arte. Tal como siempre repito que me gustan tus relatos. —Un abrazo de vicenterreramarquez
10-06-2022 Hermoso cuento, me encanto Jaeltete
10-06-2022 Un relato muy interesante de principio a fin, Rubén. Muy bien por ese aserrador/danzante. Excelente cuento. maparo55
10-06-2022 Un rico personaje. Me gustó. Marcelo_Arrizabalaga
 
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