Entre intentar escribir una novela o un cuento, prefiero este último. Leer una novela que me atrape es un deleite, pero escribirla ya es otra cosa, al menos para mí. Si prefiero escribir un cuento no es porque crea que es más fácil, sino que su relativa brevedad me brinda ánimo para creer que con él puedo hacerlo mejor. La concisión, más la necesidad de ser preciso en lo que se escribe, son indispensables en el cuento, cada palabra cuenta, tiene su peso en la historia y debe contribuir al efecto total del mismo. Esto no es nada nuevo, creo que todos los que se atreven a escribir cuentos, lo saben perfectamente.

Desde hace tiempo propendo a escribir cada vez textos más breves, con menos palabras, no sé si tal vez hasta llegar al silencio. Cuando no se tiene ya qué decir, se queda uno callado. No deseo quedarme callado, quiero tener cuando menos de vez en cuando, alguna anécdota que contar, por pequeña o pueril que sea.

A lo largo de los años he leído novelas y cuentos de una gran variedad de autores; pero entre los cuentistas, sin importar tanto los temas tratados, la época en la que escribieron, la cantidad de historias que hicieron, la nacionalidad que posean, lo largos o cortos que puedan ser sus relatos, tengo algunos que por su calidad y destreza son mis preferidos.

La lista de buenos escritores y cuentistas es prácticamente interminable; sin embargo, yo conservo algunos nombres de cuentistas, que me gustan más por encima de otros:
Edgar Allan Poe; Horacio Quiroga; Chéjov; Giovani Papini; Tolstoi; Mario Benedetti; Rubem Fonseca; Ray Bradbury; Juan José Arreola; Julio Cortázar; Carlos Fuentes; Juan Rulfo; Gabriel García Márquez; Adolfo Bioy Casares; Jorge Luis Borges; Conan Doyle; René Avilés Fabila; Marcel Schwob; Lovecraft; Stevenson; José Emilio Pacheco; M. R. James. Y me faltan… Mientras dejo mi lista hasta aquí.

Termino con un par de frases de Borges, que me encontré en su librito A/Z:

“Escribir es siempre un placer, más allá del valor de lo que se escribe”.

“Nos hemos acostumbrado a los espejos, pero hay algo de temible, en esa duplicación visual de la realidad”.