Los cuentos de hadas no son fábulas dormidas en las espaldas de los mitos. Son anhelos y esperanzas que galopan en los hombros de la imaginación. Las hadas existen en los collados de las quimeras, más allá de la áspera realidad. Su esencia se arraiga en lo mágico y sus hogares están hechos con paredes de ilusiones y techos de fantasía.

En su mundo elemental, su tarea es hacer el bien, colaboran con la naturaleza pastoreando las energías; en sus vuelos multicolores dan color a las flores, hacen germinar semillas, platican con las nubes y animan a los silfos para que muevan al viento y abran las compuertas de la lluvia cuya cernida humedad retoñe los vegetales.

En ese mundo suave de gasas transparentes, los gnomos tallan surcos en la tierra y forman canales en donde las ondinas derraman el agua portadora de amor y de vida. Desde el fondo de las cavernas, las salamandras entregan calor a la superficie, y en su calidez, los espíritus de la naturaleza crean vida nueva.

En ese mundo intangible todo es posible porque el dominio emerge del Ser en acción, del poder del eterno Yo Soy.