Un texto bastante antiguo.
Cuando la obra de un escritor te gusta, se la quieres recomendar a todos. Esto es exactamente lo que me sucede con Jorge Luis Borges. No es un autor que haya descubierto apenas, El Aleph y Ficciones, los leí cuando tenía como veinte años; pero este reencuentro tiene la virtud de ser bastante casual.
Alrededor de la página ciento cuarenta del libro “La sombra de Poe”, escrito por Mathew Pearl, el autor aún no me ha dicho nada; cuando menos hasta la página en que llevo la lectura, se la ha pasado contándome la anécdota de un joven abogado admirador de Poe, que casualmente presencia su entierro y le admira que tan poca gente acompañe al féretro. Cuando se entera de que el muerto era Poe, se obsesiona con la idea de no permitir que todos en general desacrediten la imagen del escritor y abandonándolo todo: profesión, amistad, el amor de una mujer bonita, se dedica casi en cuerpo y alma a buscar la justificación necesaria para reivindicar el buen nombre del escritor. Hasta aquí pareciéndome el libro sólo medianamente pasable, tomé casi al azar del librero que tenía más cercano, la “Nueva antología personal” de Borges, una edición de Bruguera de 1980, que en su momento apareció en los puestos de periódicos y que trae algunos textos muy inquietantes, pergeñados por Jorge Luis. No me voy a referir a todos los textos que aparecen en el librito, pero sí diré que viene dividido en cuatro partes: poemas, prosas, relatos y ensayos. De la última sección, dos pequeños ensayos me han deslumbrado: La esfera de Pascal y la flor de Coleridge.
En el primero, con la aguda observación y amplio conocimiento de lecturas que posee Borges, nos lleva a un raudo viaje por conceptos como el Panteísmo, la noción de un Dios perfecto de forma esférica, y finalmente, al concepto de la Naturaleza expresado por Pascal: “La Naturaleza es una esfera espantosa, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”.
En el segundo, con una flor obtenida del paraíso en un sueño y traída a la vigilia, otra flor recolectada en el futuro y un retrato antiguo de raíces cíclicas o infinitas, Borges nos lleva de la mano hacia Samuel Taylor Coleridge, H. G. Wells y Henry James. Y remata su texto, dándonos parte de su particular gusto por algunos escritores: Carlyle, Whitman, De Quincey, Becher y otros.
Borges no necesita recomendaciones, pero no pude resistir la tentación de enfatizar todo lo que me gusta su literatura.
No sé quién escribe las presentes líneas, si Borges para recordarnos la vigencia de sus textos o yo.
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