Producto de mi amistad con Frank, una tarde entré a su casa de la calle Sánchez. Y lo hice por la puerta de la Papi Olivier. Siendo el objetivo darle uso a una mesa de tenis recién adquirida. Recuerdo que la ubicaron en un saloncito que permitía que sus padres usaran un rincón, para juntitos ver el televisor, hablarse de forma muy queda y élla(famosa profesora) leer un buen libro.
Y mientras otro par practicaba, nosotros tocábamos diferentes temas que sin saberlo, no eran indiferentes a su madre. Pero luego de agotada nuestra sección de Ping Pong y mientras me dirigía a la salida, Frank me entregó un librito de parte de su progenitora: ¡Pedro, mami te lo presta! Lo tomé y ya en la calle, observé su portada.
Sé trataba de un texto de pocas páginas y de dimensiones menos que medianas. Sin embargo, el atractivo que imaginé tomó en cuenta la madre de mi amigo para ofrecérmelo, era mi nombre en las dos palabras que conformaban su título. Y con tal creencia aceleré mis pasos para ya en la sala de barbería de mi abuelo, iniciar su lectura.
Y así fue. Pero para mi sorpresa, ningún texto de los que a mi corta edad había disfrutado, era comparable con el arranque del presente. Tenía un lenguaje tan de uno y unas descripciones que te montaban sobre un camino que se convertía en tuyo instantáneamente. Lo cerré al pasar a mi alcoba y lo abrí al despertar. Verifiqué sí había marcado la página por dónde andaba cuando lo cerré. Lo entré en un bolsillo de mi pantalón y pensé, éste sé vá conmigo para el Ayuntamiento.
Y Al llegar, lo puse sobre el gigantesco archivo de los actos notariales transcriptos de la oficina. Por supuesto, puesto un marcador dentro. ¡No sé! Pero al disponerme a hacer las tareas pendientes, el librito inició un movimiento de mano en mano, hasta llegar a las de un atlético profesor de cultura física. Que le ví inclinarse sobre la meseta sin soltarlo. También se acercó al ventanal que daba vista al parque Duarte. Luego lo dejó dónde lo halló y sé marchó.
A las dos en punto, lo tomé y salí para la casa. Confieso que no pude comer, hasta bien entrada la noche. Que fue cuando los duendes me soltaron y por el interior de dos patios que sé intercomunicaban, lo pasé en silencio a mi amigo Andrés. Al otro día y arrimado al armario de la oficina, el ‘Piratón’(el atleta) no me dejó entrar: ¿De quién era el libro que ayer estaba aquí?
¡Es mío! ---Le respondí--- ¿Y recuerdas el autor? ---por supuesto, le dije--- ¿Y cuál es el título? ---¡Pedro Páramo! Entónces, le ví volar en la dirección de la librería Diana.
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