El tren.
Federico era un joven alegre y simpático que tenía una obsesión por los trenes.
Su madre solía llevarlo de paseo los sábados a otras ciudades cercanas donde los dos disfrutaban como niños.
Aunque, Federico ahora era un hombre seguía dándose ese gusto, su madre ya no tenía tanto tiempo y además al crecer, los gustos sobre compañeros de viaje habían cambiado, de chico estaba bien ir con la madre, pero ese lugar ahora lo ocupaba Fiona, su novia quien sentía el mismo placer que él al subir a un tren y si fuera rápido, aún más.
Los sábados eran los días elegidos por Federico para subir al tren que parecía estar esperándolo.
Ese sábado iría solo, Fiona tenía un examen y le era imposible acompañarlo.
¡Qué placer sentir el enorme tren deslizarse a toda velocidad!
¡Cuánta gente! Pensaba. Hombres, mujeres y niños que parecían estar tan felices como él y que quizá también alguno lo hiciera por placer, aunque otros quizá por trabajo, muchas personas trabajaban en una ciudad y vivían en otra, era muy fácil hacerlo, el tiempo de los viajes era, debido a la velocidad en que iban, muy corto.
Ese sábado el tren estaba repleto, las personas conversaban entre si y hasta él lo hizo con una señora que estaba sentada junto a él y que le contaba que iría a ver a su hijo a la ciudad vecina porque estudiaba allí y no tenía tiempo de viajar él para verla.
Una pareja de luna de miel, recorría las distintas ciudades, regalo de sus compañeros de trabajo.
De todo se iba enterando Federico y sonreía mientras los escuchaba, se sentía feliz.
Pero al aproximarse a una curva muy cerrada nadie notó que el tren se movía de una manera muy diferente y ni siquiera tuvieron tiempo de gritar, el tren chocó con una enorme piedra que cayó al desprenderse de las rocas que cercaban el camino y sin que se dieran cuenta cayó a un barranco y debido a la velocidad en pocos minutos quedó transformado en un montón de hierros retorcidos.
Federico no sentía nada solo flotaba junto a todos los seres humanos que habían muerto casi sin darse cuenta, algunos simplemente seguían hablando otros con la mirada perdida contemplaban todo alrededor sin saber hacia dónde ir.
Era una imagen dantesca, ninguno se había percatado de su muerte, miraban sus cadáveres sin comprender y simplemente se dejaban guiar por una extraña brisa que parecía envolverlos y llevarlos lejos del tren accidentado que ahora más parecía un tren fantasma que el hermoso tren de minutos antes.
Las personas o mejor dicho los cuerpos inertes de las mismas seguían tirados por doquier ensangrentados y algunos hasta decapitados o sin brazos o piernas las que habían ido a parar muy lejos del cuerpo.
Le llamó la atención la mujer que iba a su lado, ella ya no se encontraba cerca de su asiento, había quedado su cuerpo sobre las ramas de un frondoso árbol casi gigantesco que al buscar el sol había crecido de manera extraordinaria, a los que sí vio fue a la pareja de recién casados, ellos aún tenían todas las partes de sus cuerpos y hasta parecía bello verlos abrazados y besándose.
Federico ya no pensaba, pero sentía algo que no podía descifrar, si bien él tampoco se daba cuenta de su estado actual, se sentía inquieto y seguía el mismo rumbo de las personas o mejor dicho de las almas que aún tenían su forma humana mortal y que poco a poco se elevaban hasta desaparecer en nubes tan blancas que los hacía sentirse en el paraíso.
De pronto sintió una voz que le decía lo siguiente..
--- Federico, Federico, Federico!!! Es casi medio día, vino Fiona, es domingo y el almuerzo está casi listo, ¿otra vez soñando?
El sábado siguiente Federico estaba muy diferente, dio una excusa a Fiona y por primera vez no viajaron en tren.
Omenia
21/5/2022
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