Empezar la lectura de una novela, un libro de cuentos o ensayos, incluso una revista, y terminarlos, me causaba una sensación muy agradable, de liberación, de deber cumplido. Dedicaba mi tiempo a un solo libro, lo que me permitía estar inmerso en una sola historia o tema, en los enredos de todos los personajes y seguir con detalle sus acciones. Muchos años lo hice así, a menos que hubiera que acudir a otros libros o documentos para consultar algo en particular. Pero de un par de años para acá, me he dado cuenta de lo agradable que es la lectura de varios libros a la vez, sin necesidad de forzosamente concluirlos. No quiero decir con esto que ahora todas mis lecturas sean inconclusas, porque sí termino varios de ellos; pero el picotear un libro, revista, periódico, etc, y disfrutar su fragmentariedad me causa actualmente tan lúdico regocijo, que brinco sin ton ni son de un texto a otro, sin reflexionar demasiado si me pierdo asuntos importantes de lo que leo. Ello no implica que aprenda menos, sino que logro conocer lecturas a las que quizás nunca llegaría o lo haría muy tarde.
En estos momentos estoy así, leyendo fragmentos de: La minificción bajo el microscopio, de Lauro Zavala; Cuentos completos, de Flannery O´Connor; Revista Lee+ núm. 146, julio 2021; Centuria, de Giorgio Manganelli; 1001 y un discos que hay que escuchar antes de morir; no son muchos, pero sí suficientes para entretenerme. Por otra parte, acabo de terminar un par de libritos que hablan también sobre minificciones: El canto de la Salamandra, de Rogelio Guedea, y Dinosaurios de papel, de Javier Perucho.
Curzio Malaparte tiene un libro que se llama precisamente “Picotazos”, en donde a través de notas de viaje, recuerdos de guerra, apuntes, etc, nos da un panorama amplio de sus experiencias personales. Yo, le robo para esta nota, el título de su libro.
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