Un amor imposible.
Nada en la vida de Rafaela era lo que ella hubiera querido, estaba muy enamorada de Gerardo, pero una enorme brecha los dividía y distanciaba.
Ella era una muchacha de los suburbios de la ciudad, él un adinerado estudiante de medicina cuyos padres eran médicos los dos, jamás llegaría ni siquiera a conocerlo como ella quisiera.
Eran simplemente compañeros de estudios, pero no de medicina ya que ella era menor que él y aún no salía de preparatorios, lo que estudiaban era pintura, a ella le encantaba pintar lo mismo que a él y debido a sus buenas notas había conseguido una beca la cual pensaba aprovechar muy bien, quizá algún día llegara a ser una pintora famosa y entonces él se fijaría en ella.
El tiempo fue pasando y Rafaela jamás pudo llegar a ser una pintora lo contrario de Gerardo que no sólo pintaba, sino que estaba por recibirse de médico.
La familia de Rafaela hacía lo imposible por salir de aquella pobreza, pero las cosas eran cada día peor a tal punto que tuvo que comenzar a trabajar en una fábrica para poder ayudarlos.
Cierto día al salir de la fábrica la muchacha se encontró con Gerardo y su corazón comenzó a latir de tal forma que tuvo que detenerse porque no podía respirar hasta que una compañera de trabajo la sostuvo para no caerse, el muchacho que había visto lo ocurrido, corrió a ver si podía hacer algo por ella.
La reconoció y se detuvo a conversar con ella al ver que ya estaba mejor, él le diagnosticaba cansancio, le recetó que descansara y tomara unas vitaminas ya que la encontraba demasiado demacrada y delgada.
Le preguntó el motivo por el cual había desaparecido del taller de pintura y ella dio una excusa cualquiera sin contarle la verdad.
Quedaron en que Gerardo volvería a buscarla en unos días a la salida de la fábrica para saber si había seguido sus instrucciones y si se sentía mejor.
Para Rafaela los días se le hicieron interminables hasta que llegó al fin el día en que volverían a encontrarse.
Rafaela se vistió con ropa de una amiga porque la que ella tenía era la misma que él conocía de tantos años en los que estudiaban juntos.
Estaba muy bonita y Gerardo se lo hizo saber alegrándola a tal punto que una lágrima corrió por la mejilla sin que él pudiera verla.
Desde ese día comenzaron una nueva amistad que ella tomaba como casi un noviazgo. Más de una vez él quiso llevarla a su casa en el auto, pero ella jamás lo permitió, no quería que se enterara de que aún vivía en aquella humilde casa cuyos padres jamás habían sido capaces de prosperar, se avergonzaba de ellos.
Gerardo le contó de sus logros tanto en la pintura como en sus estudios y que le faltaba apenas una materia para recibirse. La muchacha le preguntó qué pensaba ser luego de recibirse y él le contestó que la psiquiatría era lo elegido, que se especializaría en ello.
De ahí en más ya podían considerarse novios, aunque él nunca la llevó a su casa y ella tampoco a la de ella.
Dos años estuvieron saliendo, pero Rafaela comenzó a notar un cambio en Gerardo y aunque él lo negaba, todo comenzó a desmoronarse entre ellos.
Un día Rafaela no fue a trabajar y al consultarle a una amiga de ella si sabía el motivo, la amiga le contó que desde hacía algún tiempo Rafaela no se sentía bien pero que no quería ir a ver a un médico.
Al día siguiente la muchacha volvió a trabajar y a la salida estaba Gerardo esperándola y preguntándole el motivo de no haber ido a trabajar ella le contestó que estaba muy cansada y que tuvo que tomar un analgésico para poder volver al trabajo´
Gerardo la llevó a un bar donde la invitó a comer algo y a tomar algo fuerte para levantarle el ánimo.
Así siguieron las cosas entre ellos se seguían viendo en un apartamento que Gerardo había alquilado para no tener que verse en algún hotel hasta que un día desapareció, por muchos días no volvió Rafaela a saber de él, no contestaba los mensajes y el apartamento estaba cerrado con llaves nuevas.
La chica comenzó a tener unos extraños ataques tanto así que sus padres la llevaron al hospital donde le dijeron que tendrían que dejarla para hacerle algunos estudios.
El médico tratante habló con los padres de Rafaela para decirles que deberían internarla, era muy peligroso dejarla sola, podría atentar contra su vida o contra la de alguien más.
Los pobres padres no lo podían creer, ella nunca había estado enferma, eso no era posible.
Se llevaron a la muchacha a su casa y pensaron que si ellos la cuidaban mejoraría, pero sólo fue empeorando, hasta que tuvieron que internarla.
Durante un tiempo estuvo en el hospital, pero tuvieron que trasladarla a una clínica psiquiatra y allí lo volvió a ver.
Gerardo era el flamante psiquiatra que se haría cargo de ella.
Poco tiempo después Rafaela moría. Sus padres eran personas analfabetas, pero no ignorantes, la vida se había encargado de enseñarles mucho sin necesidad de escuelas y consideraron que era imposible que aquello estuviera sucediendo.
El matrimonio no conocía a Gerardo, aunque él al leer sus nombres sí, enseguida supo quiénes eran.
Los padres de Rafaela quisieron hablar con el jefe de los médicos y le plantearon sus preocupaciones, querían que a su hija le hicieran una autopsia para saber de qué había muerto.
Y no sólo al médico se lo plantearon, sino que fueron a la policía ya que su hija tenía los brazos llenos de pinchazos, aunque jamás les dijeron qué era lo que le inyectaban.
La policía después de escucharlos comenzó una investigación y quisieron hablar con el médico que trataba a la muchacha.
Gerardo les dijo que Rafaela era adicta y que esos pinchazos se los había dado ella misma o con ayuda de alguien cuando estaba en su casa.
Los padres negaron todo eso diciendo que eran pobres y que su hija los ayudaba mucho y que no tendría dinero suficiente como para comprar droga de ninguna especie, que todos estaban equivocados.
Sin encontrar evidencia alguna el caso se cerró para la policía, pero no para los padres y luego del entierro de su amada hija comenzaron a hacer preguntas a los amigos y compañeros de la fábrica.
Rafaela tenía una amiga, la misma que le prestaba ropa para que saliera con Gerardo y les contó todo sobre el novio de su hija y ellos quisieron conocerlo, quizá él sabría algo de la vida de su hija que ellos no sabían.
Anita, la amiga de Rafaela les dijo que ellos lo conocían, que era el psiquiatra que la estaba atendiendo.
Cuando ellos se enteraron de esto volvieron a la policía ahora con datos nuevos, exigían que lo investigarían al que era novio y médico a la vez sin que nadie de la familia supiera nada.
Allí comenzó una nueva investigación y revisaron la casa para encontrar, aunque fuera una evidencia de alguna cosa, pero nada encontraron ni en el dormitorio de Rafaela entonces decidieron mirar el casillero donde la chica guardaba sus cosas en la fábrica y que nadie se había molestado en revisar.
Además de la ropa de trabajo, zapatos y una cartera vieja, nada más encontraron.
Sus padres se llevaron las cosas de ella a su casa y allí la madre revisó detenidamente la cartera encontrando muy bien guardadas, unas cartas.
Hubieran querido jamás encontrarlas, pero se las llevaron al comisario para que terminara el caso de su hija.
Una de las cartas era de Gerardo, el hombre le había escrito y la había mandado a la fábrica ya que ella nunca le dijo donde vivía.
En ella le pedía perdón por no poder seguir con ella, la veía perderse día a día en la droga a tal punto que sabía que en poco tiempo terminaría muy mal y que había hecho lo imposible por sacarla de esa adición sin lograrlo y aunque se sentía un cobarde, no era justo ni para él ni para sus padres que él terminara como ella. No la volvería a ver, lo lamentaba porque había llegado a quererla y pensaba casarse con ella.
La madre de Rafaela no quiso seguir leyendo por temor a encontrarse con algo peor aún, pero no podía permitir que aquel muchacho al que ella había juzgado tal mal tuviera que seguir pagando una culpa que no tenía, su hija quién sabe por qué había elegido aquella vida de drogas y quizá no era ella quién debía juzgarla, la vida había sido demasiado dura y no pudo controlarla.
Ese día los padres de Rafaela se dirigían a la clínica para hablar con Gerardo y pedirle perdón.
Sólo así podrían volver a vivir con la consciencia tranquila, no habían podido darle a su hija una mejor vida, pero no arruinarían la de un buen muchacho que no se lo merecía.
Omenia 16/5/2022
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