A Marlene, eterna musa
Siempre vi el pasado como aquel objeto usado,
aquel momento revelado en vetusto Kodachrome,
algo que solo la gentil memoria me podría devolver,
ese tiempo de silencio tan distante del presente,
esa estática pintura que congeló el sentimiento,
jornada perdida en que un día yo fui protagonista,
que se volvía contra mí con el más hostil retrato.
Pero hoy el pasado ya no es más es la antigualla,
vencida imagen que siempre supe que estaba ahí
aquel cajón revuelto; en el inerte álbum de fotos,
cuando quería que aquel tiempo no volvería más
y hoy esos instantes dormidos son un cabal aviso,
una pragmática advertencia que me sentencia:
hay otra vida que não está perdida en el tiempo.
He aprendido algo más que negar aquel pasado,
he empezado a vivir en el mismísimo pasado,
todos mis recuerdos se me han hecho presente
como una nueva vida que transcurre en paralelo,
subestimé incondicionalmente mis recuerdos,
ese poder que se esconde detrás de la memória.
Ahora quería poder sustraerte aquel mutuo pasado
ese tiempo que vivimos y que deformamos a gusto,
la verdad de una media verdad que nunca medimos
jornada a dos que calculamos en su exacta medida,
pero nuestros pasados no se pueden compartir,
cada uno guarda de cada instante un algo solo suyo,
ese momento que feliz que cada uno conservó para si.
Pero, nuestro propio presente distorsionado nos une,
no mira ni a los lados, no mira enfrente, nos une,
nuestro mundo es ese pasado que se reinventa,
ese tiempo que nos devuelve y que nos resuelve,
ese tiempo que nos disuelve en todos los colores,
que revela lo más positivo de nuestros negativos.
Ese pasado que hemos pasado lado a lado,
ese presente continuo que no tiene nombre,
esa vida que siempre se va y después vuelve,
esa larga caminata que el tiempo no apagará,
vida que sin darnos cuenta hemos ido viviendo.
JIJCL, 15 de mayo de 2022
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